viernes, 28 de julio de 2017

“Representación ante Fernando VII en defensa de las Cortes”, Álvaro Flórez Estrada.



Álvaro Flórez Estrada, un economista liberal y militante activo por las libertades, cuando defenderlas costaba la vida o el destierro, interpela a Fernando VII y le reprocha su traición a la soberanía nacional.


Mientras sigo inmerso en la intelectura reconfortante de Los episodios nacionales, no he podido por menos de desviarme levemente  hacia otros textos, haciendo caso de las sugerencias que hallo en dicha absorbente y gratísima tarea, tanto en el texto de Galdós como en la información complementaria de la edición, todo lo cual me va descubriendo hechos, personas y acontecimientos sobre los que conviene ampliar algo el menguado conocimiento que solemos tener los españoles de nuestra propia Historia; dicho así, en plural, para camuflar mi propia incuria individual… Es el caso de este texto que he leído en edición digitalizada, Presentación ante Fernando VII en defensa de las Cortes, escrito por quien ha resultado ser uno de nuestros primeros economistas e introductor en España del liberalismo inglés clásico: Álvaro  Flórez Estrada, un constitucionalista convencido, redactor, en parte, de la Constitución de 1812, activista en pro de la monarquía constitucional, liberal exiliado en Londres y estudioso e introductor de la economía liberal inglesa. Estamos ante una figura eminente de la reacción liberal contra el absolutismo fernandino, movimiento cargado de razones democráticas que brilló efímeramente con la revolución de 1820 y que se extinguiría tres años después, para desgracia de España y del propio continente europeo. El libelo antiabsolutista que Flórez dirige a Fernando VII, hablando con meridiana claridad del daño que su reinado retrógrado le está haciendo al país me parece un ejemplo perfecto de una línea de pensamiento que no ha podido plasmarse y sobrevivir en nuestro país prácticamente hasta la Constitución de 1978, un logro histórico que algunos quieren rebajar y despreciar hablando del “Régimen del 78”, como los partidarios de Fernando VII denigraban a los demoniacos liberales doceañistas, ni más ni menos. El folleto de Flórez, que cualquiera, con ese título, puede encontrar digitalizado en la red, tiene como eje central de su argumentación un hecho muy sencillo: el rechazo de Fernando VII a la Constitución de 1812 es una traición a la soberanía nacional, porque en ese folleto demuestra con meridiana claridad que, después de la cesión de los derechos dinásticos que hicieron padre e hijo, Fernando VII y Carlos IV, a Napoleón, la única soberanía nacional legítima era la expresada en el articulado de la Constitución de la que Flórez es valedor. El texto del catedrático, sin embargo, es una suerte de lección de teoría política que repasa los principales fundamentos de la acción política y deja bien claros conceptos que, a menudo, incluso en nuestros días u olvidamos o tergiversamos a nuestro antojo. El principio de la libertad a toda costa y para todo es una guía que no admite refutación alguna, una guía segura para persuadirnos de las poderosas razones que defiende Flórez frente a la obra de demolición que suponía el manifiesto de los Persas -toma su nombre del comienzo de su declaración de fe en el absolutismo:  Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor-, los diputados de las Cortes de Cádiz, que desertaron de su obra y reconocieron la soberanía del rey frente a la soberanía del pueblo español expresamente fijada en la Constitución, de la cual emana la aceptación de Fernando VII como soberano constitucional de la nación española. Ahora todo esto nos parece tan obvio que podríamos estar tentados de pasar por alto el valor que hubo de tener en su momento Flórez para posicionarse frente al partido absolutista del rey y desenmascarar su radical ilegitimidad. Estamos muy acostumbrados a tener como referente de nuestros dramas nacionales la Guerra Civil del 36, pero quienes se han tomado la molestia y el horror de bucear en lo que significaron los enfrentamientos civiles entre liberales y absolutistas, primero, y entre cristinos y carlistas, después, se darán cuenta de que los grados de fiereza, crueldad,  horror y  tragedia que se vivió a lo largo del XIX es difícilmente comparable con esa suerte de acto final que fue la Guerra Civil, a pesar de los pesares. Pensemos que hablamos de una época en la que aún funciona la Inquisición y las torturas son algo así como un medio habitual de lucha política, como lo son las ejecuciones sumarias, por ejemplo. La línea “libertaria” de Florez es evidente a través de todo el folleto. Desde la consideración que le merecen los reyes:  Por desgracia los Reyes no son más que hombres: es decir, como estos, sujetos a sus errores, y a sus pasiones; a iguales inexperiencias, y a iguales necesidades intelectuales y físicas, hasta la apología del derecho soberano de los pueblos a gobernarse por sí mismos, que él hizo extensible a las colonias americanas, cuya independencia vio con buenos ojos y mejores razones: Convengo en que todos los pueblos tienen un derecho para establecer su libertad del modo que les acomode, y aun para separarse del resto de la comunidad siempre que su reunión sea incompatible con su libertad o con los medios de prosperar. Con todo, Flórez está convencido de que ese autogobierno de los pueblos no es fácil de alcanzar con la responsabilidad que lleva implícita:  La idea, dice un filósofo, de obedecer y mandar a un mismo tiempo, de ser súbdito y soberano a la vez exige demasiadas luces y combinaciones para que pueda ser ni bien manejada ni bien percibida sin una previa y larga educación de los pueblos. Las virtudes mismas tienen necesidad de medida, y deben temer el exceso de su práctica. Flórez se afana en demostrar que la renuncia al trono de Fernando VII y de su padre, Carlos IV, deslegitimaron al monarca para ocupar el trono, tras la expulsión de los franceses por obra y gracia de un pueblo que, en ausencia del soberano, hubo de organizarse espontáneamente para echar al invasor, el mismo que se reúne en Cádiz y proclama la Constitución de 1812 contra la que Fernando VII, con ayuda de sus leales, muchos de ellos al servicio de la dinastía francesa que intentó ocupar el trono de España, libra feroz batalla con trágicos resultados para los liberales perdedores. Solo después del nefasto ejercicio de antipoder de su camarilla, creció el descontento lo suficiente para dar pie a la rebelión de Riego y de tantos otros que lograron hacer claudicar al rey y obligarle a decir aquello célebre del Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional... Recordemos que los “cargos” básicos que alientan la represión fernandina son los siguientes: 1. Haberse reunido en Cortes. 2. Haber declarado que la soberanía residía en la nación. 3. Haber tratado de disminuir la autoridad del monarca. El segundo punto, como puede apreciarse, es el eje fundamental del contencioso entre liberales y absolutistas, y a él dedica Flórez hermosas páginas llenas de lucidez y de reflexiones absolutamente de actualidad, en esta época de trilerismos conceptuales con la nación de naciones, la plurinacionalidad, los sentimientos nacionales, y los intentos de golpe de estado secesionista por parte de la oligarquía política nacionalista en Cataluña. Pongamos, por ejemplo, un hermoso punto de teoría política, que Pedro Sánchez ha puesto tan de actualidad: Estoy persuadido que, si uno por uno, se preguntase a todos vuestros consejeros la idea que expresa la palabra Soberano o soberanía, no acordarían de ellos en enunciarla de un mismo modo; a pesar de eso no escrupulizan en declarar por crimen de lesa majestad el que se diga que la soberanía reside en la nación, o que esta es el verdadero soberano. (…) Cuando por la mala inteligencia de una palabra, por su inexacta aplicación o por la dificultad de explicar con ella una idea compleja, no se expresa ni entiende su verdadera significación, el resultado viene a ser el mismo que si careciese de ella. ¿Sensato o no? Pues de ese tenor son la mayoría de los juicios contenidos en este folleto. Flórez no esconde los orígenes de su pensamiento, de ahí que, para un tema tan candente como el de las múltiples soberanías que quiere introducir Podemos en el ámbito político español, se deje aconsejar por Locke, por ejemplo: Aunque en toda sociedad, dice Locke, bien ordenado, esto es, que obra para la preservación de la comunidad, no puede haber más que un supremo poder, que es el legislativo, al cual todo los demás es forzoso que estén subordinados; sin embargo, no siendo el mismo poder legislativo más que un poder únicamente fiduciario por obrar a ciertos y determinados fine, permanece aún en el pueblo un poder soberano para remover o alterar el legislativo, siempre que vea que este obra en contra de la confianza de que se le hizo depositario (…). La comunidad siempre retiene un poder soberano de salvarse a sí misma de las empresas y proyectos de cualquier persona o cuerpo, aunque sea el de sus legisladores, siempre que estos sean tan estúpidos, locos o malos, que atenten contra las propiedades o libertad del individuo (…) El soberano poder siempre reside en el pueblo. Sin embargo, y para distanciarse de las interesadas lecturas podemitas o secesionistas, Flórez hace suyo el pensamiento de Fenelon: ¡Desgraciado el pueblo que no tenga leyes escritas, constantes y consagradas por toda la nación, que sean superiores a todo; de las que los reyes reciban toda su autoridad: por las que se les conceda hacer todo el bien posible, y no se les autorice para hacer ningún mal; y contra las cuales nada puedan. La primacía de la ley es, para Flórez, la única garantía posible del virtuoso ejercicio de la soberanía. Se trata, pues, como queda reflejado en esta aproximación a vuelapluma, de una figura eminente del liberalismo político y económico que supongo enmarcada en el cuadro de honor de los orígenes de los nuevos liberalismos que se van abriendo camino en la sociedad española, como una deuda histórica que teníamos con aquellos prohombres de la libertad, y muy destacadamente de la libertad de expresión, o, como la denomina Flórez, la “opinión”: La opinión  es la reina del mundo, cuyo único imperio es indestructible, Saber crearla supone un gran genio, para dirigir su marcha basta tener prudencia y poder; despreciarla supone depravación de costumbres, mas empeñarse en resistir su torrente demuestra el cumulo de la insensatez o de la desesperación.


2 comentarios:

  1. Gracias por tan excelente como instructivo artículo.

    Saludos

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  2. Me alegra que "a punto de agosto" aún haya alguien capaz de apreciar una discreta aportación política como la presente. Gracias a Vd.

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