jueves, 1 de junio de 2017

“Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte”, o el protocostumbrismo de Antonio Liñán y Verdugo.



En la estela de Timoneda y su Patrañuelo, la Guía… de Liñán y Verdugo acota el territorio de la escena costumbrista con una excelente prosa barroca.

Habremos de comenzar por hacer caso a la crítica especializada y someternos a ciertas evidencias que aconsejan otorgar la autoría de esta obra a Fray Alonso Remón, quien escogió un pseudónimo que se aviene a la perfección con el propósito moral, ejemplificador, de sus historias:  Liñán y Verdugo, aliña sus consejos con unas narraciones ad hoc y pone en la picota, como es lo propio del verdugo, los vicios de la que él bautiza como  Babilona madrileña. Las pruebas no son concluyentes, pero todo indica, análisis estilístico incluido,  que la autoría pertenece al fray socarrón que se lo pasó estupendamente hilvanando Avisos y novelas y escarmientos para el recién llegado al que alecciona un Don Antonio que, como se suele decir, es gato viejo y se las sabe todas, que no son otras que las narraciones ejemplares con que acompaña los avisos que le brinda al joven recién llegado al proceloso mar de la Corte. Desde casi un siglo antes, el Menosprecio de corte y elogio de aldea, de Antonio de Guevara, prevenía ya a los lectores de los peligros sin par de la Corte y la brújula de navegar que habían de llevar quienes se engolfaran en aguas tan peligrosas. Mala prensa tuvo siempre la Corte y pábulo de mil fábulas fueron las pretensiones de los medradores y oportunistas que en ella buscaron alivio a sus muchas necesidades u ocasión propicia para que prosperara su fortuna. Ese es el fundamento del libro de Remón, autor teatral que compartió cierto renombre con el mismísimo Lope de Vega, y que recibió elogios del propio Lope -a quien a su vez él elogia en la Guía-, de Cervantes y aun de Quevedo. Sería, sin duda, su condición de eclesiástico la que lo indujera a utilizar el pseudónimo, como tantos religiosos han hecho a lo largo de nuestra historia literaria. Fue compañero de orden de Tirso de Molina, aunque, ¡váyase a saber por qué rivalidad o celos o lo que fuese!, no se conservan noticias de una estrecha relación entre ellos, que ambos se perdieron, está visto. Destacó como orador sagrado, una actividad que trasladó a obras doctrinales como La espada sagrada y arte para nuevos predicadores (1616) o La casa de la razón y el desengaño (1625), dos volúmenes cuyos títulos me incitan a leerlos, si los encuentro, cuanto antes  pueda, una vez que satisfaga una deuda onerosa que contraje con los votantes de Gorjeolandia y que me lleva a iniciar mañana, tras mi operación de menisco, la lectura de los Episodios nacionales de Galdós, de todos. Ya me imagino que, por los títulos, no deben de andar muy lejos de aquellos infolios que satirizaba Isla en su Fray Gerundio de Campazas, una larga novela para la que no creo que existan ya lectores, a pesar de sus virtudes y de su excelente humor. El catedrático Ángel Romera, fija bien la paternidad de Remón: Como autor dramático el tema más persistente a través de sus obras es la llegada a la corte de un extranjero, los peligros que corre, los malos compañeros, y los engaños que le ocasionan. Encuéntrase en las obras de casi todas las épocas del teatro remoniano: en el auto El hijo pródigo (1599), Santa Catalina (1599), el segundo acto de la obra ¿De cuándo acá nos vino? (1610-1615) [obra escrita, por cierto, en colaboración con Lope de Vega], aunque un poco alterado, y Las tres mujeres en una (1609-1610). Tampoco falta en casi todos los cuentos de la Guía y avisos de forasteros, sirviendo además de tema central y estructural para todo el libro. Una similitud temática que abona la justa adscripción de la obra de Liñán a Remón. Por si hicieran falta más pruebas, la primera noticia sobre esta obra aparece en un libro publicado un año antes por Remón:  Vida ejemplar y muerte del Caballero de Gracia, Madrid, 1619, por lo que es posible que, aun publicada con posterioridad a la biografía de Caballero de Gracia, estuviera ya escrita un año antes de su publicación. Con todo, y dado el carácter ejemplarizante que tiene la obra, dentro de la total ortodoxia católica de la época, Remón sostiene en la Guía una opinión muy crítica respecto del teatro: ¿Sabéis lo que siento de las comedias?, lo que de los coches, que si fueran menos, fueran menos dañosos. (…) De obscenas a escenas pocas letras hay… La obra consta de ocho avisos y catorce novelas y escarmientos en los que, en un desarrollo narrativo se ejemplifica el aviso que se le da al joven don Diego, recién llegado a la Corte. Resumamos los avisos, pues ellos nos darán una idea de cuál es la temática de las “novelas”: Aviso I: el peligro que coge en tomar posada; aviso II: qué amigos elige; aviso tercero: que mire por qué calles pasea; aviso cuarto: que mire en qué manos da y en qué manera de hombres pone la solicitud de sus negocios; aviso quinto: que huya el forastero de los entretenimientos vanos; aviso sexto: que el forastero se guarde y huya de otra manera y suerte de hombres;  aviso séptimo: A donde se le enseña al forastero, si fuere mozo y quisiera tomar estado en la Corte, cómo se haber en ella; aviso octavo: cómo ha de repartir el tiempo y acudir a sus ocupaciones cristianamente. Para lo último, ya que estamos al lado, cierra Remón su libro con una prolija enumeratio de todos los templos de Madrid donde el joven recién llegado puede cumplir con la obligación piadosa de oír misa diariamente. De igual manera, el objetivo del aviso nos permite ver en todo su esplendor el método compositivo de Remón/Liñán, porque como las buenas polianteas de la época, la Guía es, por el mismo precio, un compendio de los mejores aforismos y apotegmas legados por la tradición y que, sin duda,  Remón fijó en sus estudios en Salamanca. La Guía actúa, por lo tanto, una suerte de prontuario ético abastecido por una tradición de apotegmas y aforismos que corrieron entre los creadores desde la Edad Media, del mismo modo que los compilaciones de latinismos, como el que usaba Lope, por ejemplo. Sigamos en el final para advertir el modo como se introducen en la narración:  También quiero avisar -dijo el Maestro- a nuestro forastero, que sea cortés en las palabras y bien criado en sus acciones, de modesta presencia y de mirar humilde; no intente sus cosas con soberbia, que es vicio aborrecido en todas partes y en nadie parece peor que en el negociante y en el pobre. “Ignorancia sobrada es -dijo Sófocles- venir a rogar y entrar mandando”. (…) [Sin pasarse de precavido, claro, porque] al hombre vergonzoso el diablo lo trajo a palacio. (…) Y Séneca dijo en sus Proverbios: “el que ruega con temor enseña a negar al que ruega”. El libro se abre con un denuesto de los pleitos, muy del estilo de la época: Terribles cosas son pleitos -dijo don Antonio-: consumen las vidas, gastan las haciendas, desasosiegan los ánimos, perturban el entendimiento, quitan el sueño, resucitan bandos olvidados y engendran pasiones no imaginadas, que supera con mucho el estilo cuatrimembre de la obra de Antonio de Guevara, tan peculiar. Por eso inmediatamente añade el recuerdo de los dos preceptos de Delfos que, siendo también de Chilón, tan olvidados andan respecto del famosísimo Conócete a ti mismo, estos son: no codicies la hacienda ajena y Huye los pleitos. La Guía es, a los efectos de la construcción del carácter, una suerte de libro de “Educación y mundología”, como el que recuerdo haber leído ya a mis 13 años, ¡el único que leí hasta los quince, y no completo!, que va desgranando consejos de todo tipo relativos al comportamiento en la ciudad, a la dieta, al cumplimiento de los deberes religiosos, al vestido, a la bebida y a la comida en compañía, a la cortesía debida a tirios y troyanos, etc. Junto a mensajes propios de los aforismos de Hipócrates, quien dio nombre al género aforístico: El manjar moderado y la bebida templada conservan la vida con buena salud, enseguida aparecen los inevitables argumentos de autoridad: Séneca: Más se ja de mirar con quién se come y bebe, que no lo que se bebe y come. O Inocencio [Tratado de la vileza y miseria de la condición humana]: ¡Cuántos daños hizo la gula desde que cerró el Paraíso Terrenal!  Pero a este intelector le complacen mucho las noticias costumbristas, aquellas propias de las sociedades de una época determinada, como la de que en la universidad de Alcalá de Henares bachiller de estómago se llamara  a los que no sabían expresar vocalmente el concepto mental. El carácter de poliantea del libro de Remón lo convierte en una lectura entretenida en la que no solo se queda uno con una imagen muy fidedigna de la España del XVII, sino que, por el mismo precio, va acumulando esos saberes inútiles que tanto ayudan a mejorar la cultura general que resulta imprescindible para ser tenido por una persona de amena conversación, uno de los requisitos del caballero o la dama discretos e ingeniosos. Noticias al estilo de la muy famosa referencia a la frase quevediana: la necesidad tiene cara de hereje, una deformación espontánea o deliberada del latinismo jurídico necessitas caret lege, que en realidad quiere decir “la necesidad carece de ley”. Recurre incluso a la cita espúria si ello le permite cerrar brillantemente una anécdota o una escena: No faltó quien atribuyese al Rey don Alonso el Sabio aquel parecer y sentencia, de que las cosas no se habían de labrar fijas sino sobre un timón o quicio, como los navíos, para que si saliese malo un vecino se pudiesen mudas las puertas y ventanas a mejor aire, y a mejor vecindad, ¡de tantísima actualidad en estos tiempos okupados! Y no puede faltar, dada la época, una referencia a las obras de saberes oscuros, a esos sucesos naturales sin explicación científica que acaban cayendo en el oscurantismo de la superstición: A propósito de un dicho común: Podríamos decir de estas calles al revés, lo que de la albahaca, que ella cuanto más pisada huele más bien y ellas más mal. No tarde un contertulio en introducir ese mundo de lo extraordinario, a medio camino entre la teratología y lo fabuloso: De la albahaca he oído decir (y aun pienso que lo he leído) una cosa notable, que el olerla a menudo hace tanto daño al cerebro, que muchas veces ha causado espantosas enfermedades. Como que a un aficionado a olerla mucho, le creciera en el cerebro un sapo, por ejemplo. Referencia que leyó en Jerónimo Cardano, en su libro De Varietate rerum.  Teniendo en cuenta la condición de religioso del autor, nadie espere una posición exesivamente liberal sobre la mujer, porque, al respecto, Remón se ciñe a una misoginia de larga tradición en las letras españolas; con todo, no es menos cierto que destellos hay, de ese liberalismo, que contrarrestan algunas afirmaciones respecto de la mujer que pueden y deben considerar, por más que sean hijas de su época, injuriosas: Así, del mismo modo que describe a las criadas -mal sempiterno de las casas, por quienes entra el mal a robar la virtud de sus habitantes-: Las criadas eran estas gitanas españolas maestras de la jerigonza, que les habían enseñado sus dueños y, debajo de su retórico fregonil, a lo mesurado y zonzo, se atrevieran a vender a Ulises en buen mercado, juzga un atraso penoso el analfabetismo femenino:  Este no saber leer las mujeres, que quiera que digan maldicientes, es grande falta o que siga instaurada la cruel ley del casamiento forzoso en el que…, pero Remón lo dice mejor: En este al mundo que alcanzamos, no se casan las doncellas por hermosas, sino por bien hacendadas, y ya primero se preguntan la dote que por la calidad y virtud. Desde la casa que ha de tomar, hasta las personas con que ha de tratar o las mozas susceptibles de serles propuesto matrimonio y las prevenciones con que ha de entablar contacto con los demás, la Guía puede entenderse también como un estandarte del Desengaño contra los crédulos que, de siempre, han invadido la ciudad confundiéndola con el Reino de Jauja. En ese camino, como ya hemos indicado, los argumento de autoridad de los filósofos grecolatinas y aun de los Padres de la Iglesia van a levantar un edificio de consejos que conviene tomar al pie de la letra. Dejo para el final la transcripción de una breve descripción llena de sabor barroco de un mozo entre estudiantón y valentón y su osada amiga. Me ciño ahora a esas lecciones intemporales para el ser humano que se prodigan en la Guía sin que en ningún momento el intelector se considere abrumado o sentado en el escaño de un aula magna, porque Remón no solo las introduce en el momento adecuado y ceñidas a la narración que ilustre el aviso pertinente, sino que, aunque así no fuera, el interés objetivo de las mismas hace imposible que el lector recibiera las hipotéticas digresiones como un estorbo. Pongamos por caso el “tiempo”: Es el tiempo una joya preciosísima, es el caudal que nos dieron para que nos supiésemos aprovechar de la ganancia de él; y es cosa muy lastimosa y digna de llorar en lo poco que estimamos su pérdida, con qué facilidad le gastamos vana y viciosamente y le dejamos pasar, como si el tiempo pasado y perdido una vez, estuviese en nuestra mano el volverle a nuestro poder para emplearlo mejor. Establecida la tesis general, pasamos a los argumentos de autoridad pertinentes y de obligada comparecencia: De todo son avaros los hombres (dijo Séneca en un tratado que intituló De la brevedad de la vida); el oro dan de mala gana, las joyas, las pensiones y otras cosas de menor estimación; y llegado a tratar del empleo del tiempo, con facilidad y con prodigalidad grande lo dan a quien lo quiere de balde, al juego, a la chacota, a la murmuración y a otros vanos entretenimientos, y aun viciosos y culpables, que es lo peor. Y de ahí sale una convicción tan profunda, que por fuera ha de repetirla en la conclusión del libro, como no podía ser de otra manera:  Me parece que habremos cumplido si le enseñaos a repartir el tiempo, que es un arte y facultad de tanta importancia, que dijo Anaxágoras, que quisiera más saber repartir el tiempo de su vida, que saber toda la filosofía natural perfectamente. Y Simonedes, según refiere Estobeo, en el sermón 95, dijo que todo el tiempo de la vida era corto para saber acomodar el tiempo a la vida, de manera que fuese fructuoso para la vida el tiempo. ¿Qué diremos de los juicios que, en vez de al tiempo, se le dedican a la persona? Esos seres de los que lo más halagüeño que se pregunta es: ¿Hay, por ventura, cosa más difícil de conocer que el corazón de un hombre? La respuesta la busca nada menos que en Jeremías, un viejo conocido de los lletraferits…: Malo es el corazón del hombre, y dificultoso de vadear el fondo y profundidad del mar de los secretos que en él se encuentran. La Guía, por lo tanto, se ofrece como un libro “defensivo” que permita instalarse en la Corte sin sufrir sus asechanzas ni sus daños, porque, como recuerda con Plauto: de los muchos hombres que parecen a propósito para ser amigos de un hombre, pocos suelen salir buenos y ciertos y con Hesíodo: Los amigos no han de ser muchos ni pocos, de la que deduce con discreción y advertencia que es muy de nuestra condición humana mirar lo que es en nuestro favor con anteojos, que de hormigas hacen gigantes, y si es en disfavor nuestro, al revés. Recordemos que, desde el comienzo de la obra, quedó fijada la tesis de partida: No os puedo negar que deja de haber apariencias engañosas, y más en los miserables tiempos que ahora corren, a donde la ruin costumbre  y mal uso ha querido hacer al suyo algunas virtudes aparentes, y algunas bondades fingidas; virtudes enmascaradas y santidades trasnochadas, con los primeros crespúsculos de la mañana, aun antes de llegar la luz del día, a un volver de ojos se deshacen esas mentiras, como las nieblas con los rayos del sol. A la Guía, en consecuencia, bien le cuadraría el subtítulo de su libro de sermones, La casa de la razón y los desengaños, pues no tiene otra finalidad. A lo largo de la obra, en la que, como en las polianteas, cabe de todo, ya lo he mencionado, no puede no tener cabida la preceptiva burla del culteranismo: Era menester un perro perdiguero, para que sacara por el olfato el principio de la oración….  e incluso una pequeña parodia estilística del mismo: Los veinte que me pidió reales no tengo, si bien mi deseo con vuesa merced grande de servirle, los posibles pasa límites de gratisfacerle, la más que conocido ha mostrado voluntad en todas las ocasiones de me honrar y favorecer con sus extremadas en todo visitas, sutil, que es ingeniosa conversación, en que mejore y aumente el que puede, que es Dios, y pudo dársela. El que le guarde, Dios, amén. Si bien luego el autor acaba usando algún latinismo crudo, fuera de ese contexto paródico, hasta las fundulas que eran las calles sin salida. Fundulus es un latinismo crudo, diminutivo de fundus, que da en catalán Fondalada, “trozo de terreno entre otros más elevados , pero nada en castellano, quien sí tiene, de fundus, “hondonada”.  Dentro de ese batiburrillo de anécdotas, noticias curiosas y juicios singulares, a muchos les llamará la atención este juicio de Remón sobre nuestras tradiciones: España, tan indomable en observar sus antigüedades, como se ve en el correr toros, una cosa, que (como dijo el otro caballero) cuando no hubiera otros inconvenientes en correrlos, no se habían de permitir, siquiera por no enseñar a huir a los hombres, de que se había de correr la Nación española tan poco enseñada a criar hijos que volviesen las espaldas a enemigos, cuanto y más a una bestia, compatible, sin embargo, con una delicadeza romántica como la de considerar que la fineza del amor consiste, no en esperar  a que se pida lo que se apetece, sino en adivinar lo que se desea y madrugar a darlo antes que se imagine lo que se quiere pedir. Un estilo “elevado”, podríamos decir, que contrasta con narraciones como la de la relación prematrimonial de dos personas ya entradas en años que someten su convivencia a prueba a lo largo de un tiempo prudencial para saber si deben casarse o no. La narración es de las más divertidas del volumen, porque uno y otro, haciéndose eco del proverbio “cada maestrillo su librillo”, sacan sus libros respectivos para leer cada uno de ellos en sus Fueros particulares el récipe que el otro ha de oír hasta que le toque a él devolverlo, al estilo de lo que ahora se lee:
-También tengo yo libros -dijo Casquillas.
Y sacándole leyó así: La mujer casada ociosa, o dará en liviana o en golosa, y la andariega y galana en perdida o vana. Lo que habéis de hacer es trabajar, que yo también trabajaré.
-Vos sois el que tiene la obligación; por eso se llama el matrimonio carga, porque la carga de uno solo es llevada.
-Antiguamente las cargas del matrimonio se llamaban carga, y ahora, como han crecido tanto, se llaman carretada, y a la carretada dos son a llevarla.

Se aprecia, espero, ese fino costumbrismo que, andando el tiempo, acabará pasando de los entremeses a los sainetes, una vena del humor teatral español que tuve la oportunidad de recordar hace unas semanas en la crítica de El Clamor, de Muñoz Seca y Azorín. Bien, como siempre peco de prolijo, y ya veo que me cuesta enmendarse, dejo aquí la presentación de esta obrita con un texto lleno de gracia, picaresca y dominio estilístico que es posible sea bastante a convocar a los intelectores a la lectura completa de estas obras de nuestra tradición que conviene ir rescatando como lo que son, lecturas populares, entretenidas y divertidas. Antes de dejarles con el texto, dos palabras sobre la edición, preciosa, del texto en la colección longitudinal El Parnasillo, de Simancas Ediciones, de Dueñas (Palencia) Tienen un fondo excelente, y de aquí a no sé cuándo volveré a este Diario con Enrique de Villena y con las Epístolas familiares de Guevara, y espero que con alguna que otra más. Lo lamentable es que la editorial esté en liquidación concursal, lo cual es ejemplo doloroso del destino de ciertas iniciativas auténticamente culturales en nuestro país. De momento, me atengo al compromiso de los Episodios Nacionales. Y, sin mas dilación, he aquí ese texto que sirve como botón de muestra de las riquezas estilísticas que cualquier intelector disfrutará en esta obra de Antonio Liñán y Verdugo, pseudónimo de Alonso Remón: [Novela y escarmiento séptimo]  Enviudó en Sevilla una mozuela criolla, que había venido casada de los reinos del Perú con un soldado, y como moza y libre y no de demasiadas buenas inclinaciones, apenas acabó el luto cuando dio en el lodo, arrimándose a un gentilhombre mancebo, de buen talle, entre estudiante y valiente, de los que comienzan en Sevilla a ganar nombre de hombres de bien. Habíase ya acuchillado una o dos veces, y aunque no mató ni hirió, no huyó, que son principios de la jerigonza valentónica: con todo eso, aunque por los padres o padrastros de la facultad matante fue aprobado y se gastaron en el día de su examen espadachil algunos tragos, roscas y ostiones crudos y e le dio la borla, con todo eso no se inclinaba tanto Aguado (que este era su nombre) a esto de lo valiente, cuanto a lo de ingenio y agudeza, y así luego fue descubriendo más inclinaciones a sastre que a herrero, quiero decir que cortaba sin seda y paño lo que era bueno, y trazaba mejor un embuste y embeleco, que Juanelo una casa o castillo. Era entre galán y lindo, calzaba puntos menos, cubría con el cabello las orejas a lo inglés, hablaba en falsete, gastaba goma para los bigotes y alzacuellos para el colodrillo; al fin, para decirlo de una vez, ya que no era ninfa, tenía mucho de ninfo: picole a la criolla este tapador de espejo flamenco; son etas mujeres de allá, entre pardillas y españolas, viciosas y vivas: encontráronse Sancho con su rocín, andaban a hazme la barba y harete el copete: despolvoreoles la flor no sé qué alguacil del alcalde de la justicia y ciertas primerizas estafas que se les probaron que habían hecho, ella a lo mulato y él a lo socarrón, con que salieron desterrados a letra vista, y a no haber buenos terceros y buen por qué, se vieran en mayores peligros, traspasándolos del mar Océano al Mediterráneo, sin ser jugadores de pelota de viento, a jugar palas de manos: tomaron por buen partido el destierro, y recogiendo no sé qué dinerillos, que no eran pocos, y un ajuar de más ruido que sustancia dieron consigo en Córdoba, aunque no había menester Aguado pasar por el potro para ser padre de caballos voladores.

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