viernes, 6 de marzo de 2015

A propósito de Berdiáyev: Un paseo por el existencialismo cristiano crítico.



                                   

Nikolái Aleksándrovich Berdiáyev: Una Nueva Edad Media (1924): Excelente diagnóstico; mística propuesta teocrática.

Hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Europa fue, desde la entrada en el siglo XX un hervidero de filosofías, teorías, pensamientos, doctrinas, ideologías, psicologías, corrientes artísticas y descubrimientos científicos, entre otras manifestaciones de la creatividad humana,  que, en su conjunto, imponen un severo respeto a quien pretenda navegar en ese mar proceloso de la razón, de la irracionalidad y del arte con la intención de levantar una carta de marear que permita no sentirse absolutamente perdido.
Viene este inicio a cuenta de una relectura que acabo de hacer de un librito casi olvidado, Una nueva Edad Media, de Nicolás Berdiaeff –editado en 1932, cuando se traducían los nombres rusos en los títulos, pero escrito en 1924–, si no olvidado completamente, porque sus doctrinas poco predicamento pueden alcanzar en nuestros días, fuera de círculos cercanos a lo que ni sé si aún se denomina, impropiamente, “democracia cristiana”, porque ignoro si “lo cristiano” aún vende políticamente, como para atraer votantes con ese reclamo, en estos tiempos eminentemente materialistas y poco dados a cualquier trascendencia. “Inspiración cristiana” sí que muchos la exhiben en sus credenciales, partidos socialistas incluidos: “humanismo cristiano”, suelen decir, exactamente, sin concretar demasiado en qué consiste, más allá del decálogo mosaico y algunas citas evangélicas –nunca la de “no haber venido a traer la paz, sino la espada”, claro…–.
La figura de Berdiáyev, con su vehemencia individualista y religiosa nos permite acercarnos a una sensibilidad rusa muy curiosa, porque, sin ser enemigo de la revolución soviética en sus inicios, acabó siendo expulsado de Rusia junto a otros 160 intelectuales en lo que se conoció como el “barco filosófico”, si bien con anterioridad, en 1913 fue desterrado a Siberia de por vida por el zar debido a sus críticas a la Iglesia ortodoxa, castigo del que fue liberado gracias a la Revolución, que no tardaría en deshacerse de él…
Su pensamiento está supeditado a sus fortísimas creencias religiosas, una vivencia propia de una visión existencial del cristianismo que aparece en no pocos pensadores y literatos rusos, siendo el máximo representante de todos ellos Soloviov, autor de un diálogo esotérico llamado Sophía y reafirmador  del cosmismo ruso creado por Nikolái Fiodorov. Se trata de un conjunto de creencias, supersticiones, intuiciones y mixtificaciones que, sin embargo, obtuvieron un enorme crédito en Rusia. La teoría básica de aquellas doctrinas, defendida también por Berdiáyev es la de que la persona forma parte de una unidad superior gobernada por Dios, que es el destino espiritual último de aquella y su razón de ser en el mundo, de habitarlo. Cualquier proyecto humano, así pues, ha de coincidir con el plan divino, hacerse uno con él, pues solo de lo divino recibe lo humano su sentido.
Este libro, sin embargo, más político que religioso, pero sin dejar de ser poderosamente ideológico, nos permitirá leer un diagnóstico de la Europa de su tiempo sorprendentemente cercano a muchos de los postulados políticos más recientes. Pasearse por los textos de aquellos con quienes no se comparte la naturaleza última de sus postulados filosóficos es siempre estimulante, porque ello permite, de verdad, un auténtico contraste de ideas y, a través de este, un afinamiento crítico de las propias posiciones.
En nuestros días, en que la mixtificación ha convertido la política en un bien de consumo y la ideología en el pálido recuerdo de épocas lejanas, como ésta del propio Berdiáyev, es necesario que escojamos entre el grano y la paja, para saber a qué atenernos. Recientemente, a modo de grosero ejemplo, la activista Ada Colau, partidaria Sí-Sí de la secesión de Cataluña, reivindicaba, como herencia política, la figura del anarquista Puig Antich, cuyos presupuestos ideológicos –nunca demasiado claros, pues él lo que quería era ser “hombre de acción”– pueden considerarse en las antípodas de las de la activista emergente, pero se da la banal circunstancia de que la señora Colau nació el mismo año en que Antich fue asesinado por el régimen franquista, y de ahí ya emerge incluso una posición ideológica, nada menos. Este tipo de empanadillas mentales, producto de la inequívoca falta de rigor con que solemos adentrarnos en las disciplinas académicas e incluso en el ámbito relajado del supuesto “dominio común” explica a la perfección la desorientación, las supercherías, los fraudes y el desconcierto de nuestra sociedad y de los aspirantes a representantes políticos que pululan en ella.
         Berdiáyev, en cuatro ensayos íntimamente ligados: El fin del Renacimiento; La nueva Edad Media; Reflexiones sobre la revolución rusa y La democracia, el socialismo y la teocracia, nos ofrece una visión muy sui géneris de un momento crucial en la historia de Europa, el periodo de entreguerras, cuando se ha salido de una atrocidad y se está a punto de entrar en otra que superaría a la anterior y de la cual la Europa actual es la heredera escarmentada. No entraré en detalle en cada uno de los capítulos, sino que me limitaré a señalar aquellos juicios que, sin duda, le serán familiares al intelector contemporáneo.
Comencemos por la sensación que tiene Berdiáyev, en 1924, de asistir a algo así como a lo que Fukuyama llamó recientemente “el fin de la historia”, teniendo en cuenta su experiencia rusa, reprimido tanto por el antiguo régimen como por el nuevo, en un periodo de gestación y consolidación de los fascismos y tras haber salido malherido el continente de la Primera Guerra Mundial: Penetramos en el reino de lo desconocido y de lo no vivido, y lo hacemos sin júbilo, sin radiante esperanza. El porvenir es sombrío. Ya no podemos creer en las teorías del progreso que sedujeron al siglo XIX, y según las cuales el próximo porvenir debe ser cada vez mejor, más bello, más amable que el pasado que se aleja. Hay algo de visionario en este pensador cristiano cuyos planteamientos forman parte del pensamiento crítico de nuestros días: Se aproxima el tiempo en que se planteará para todos la cuestión de si el progreso fue un “progreso” o si, por el contrario, ha sido una “reacción” siniestra, una reacción contra el sentido del universo contra las auténticas bases de la vida. Entendámonos sobre las palabras que empleamos, a fin de evitar discusiones ociosas e ineficaces por completo. Está claro que, para él, las verdaderas bases de la vida tienen que ver con ese cosmismo de raíz religiosa que nos hace depender de algo así como “el gobierno de Cristo”, porque la ventura de la especie humana sobre la Tierra solo tiene sentido si forma un todo con el plan divino y se ajusta a él. Con todo, el análisis social e histórico que hace Berdiáyev se revela de una actualidad que lo acredita como un preclaro analista social: Para poder continuar viviendo, los pueblos en quiebra se verán quizá obligados a emprender otro camino: el de la limitación de las ambiciones de la vida –poniendo un freno al aumento indefinido de las necesidades–, el de la limitación de la procreación; será el camino de un nuevo ascetismo, es decir, la negación de las bases del sistema industrial-capitalista. (…) Se estará obligado a volver a la naturaleza, a la economía rural y a los oficios: La ciudad deberá aproximarse al campo, precisará organizarse en asociaciones económicas y en corporaciones. Necesitará sustituir el principio de la competencia por el de la cooperación. El principio de la propiedad individual será conservado en su fundamento eterno, pero será limitado y espiritualizado. Ya no existirán esas monstruosas fortunas individuales propias de los tiempos modernos. No habrá mayor igualdad, pero no habrá ya más hambrientos ni menesterosos. ¿Qué otro plan proponen los movimientos alternativos? Si hasta Sarkozy propuso en su momento la refundación del capitalismo, a la vista de los males objetivos que podrían conducirnos a la desintegración social, está fuera de toda duda que Berdiáyev leyó bien, en sus días, la naturaleza perversa del sistema capitalista, si abandonado a la lógica diabólica del beneficio y a las leyes sin control de mercado. Tampoco hemos de desdeñar la visión que tuvo Berdiáyev sobre el futuro papel de la mujer en la sociedad, si bien su profecía nace de la visión simbólica de la mujer como fuerza telúrica frente al hombre como fuerza racional: Lo que caracterizará también, me parece, a la nueva Edad Media es que, en ella, la mujer desempeñará un gran papel. La cultura exclusivamente masculina ha sido agotada, consumida por la Guerra Mundial. Así, vemos que, en esos últimos años de grandes pruebas, la mujer ha desempeñado un papel considerable, elevándose a altas cumbres. La mujer está más ligada que el hombre al alma del mundo, a las primeras fuerzas elementales con las cuales el hombre comulga a través de la mujer. La cultura masculina es demasiado racionalista, se ha alejado demasiado de los misterios inmediatos de la vida cósmica y vuelve a ellos a través de la mujer. En definitiva, el famoso crepúsculo de las ideologías sobre el que escribió con torpe sagacidad retrógrada Gonzalo Fernández de la Mora es ahora, en boca del líder de Podemos, Pablo Iglesias, la reflexión más moderna: ni de izquierdas ni de derechas, grita el gran demagogo. Pero Berdiáyev lo dijo mucho antes y mucho mejor: Atravesamos una crisis mundial de todas las ideologías y de todas las formas de política y de sociedad. Todo parece agotado ya en la vida exterior; no hay nada que pueda inspirar a los pueblos civilizados. Todas las viejas fórmulas políticas caen en desuso. (…) La política envuelve la vida humana como una formación parasitaria que le absorbe la sangre. La mayor parte de la vida política y social de la humanidad contemporánea no es una vida real, ontológica, es una vida ficticia, ilusoria. Tiene mérito intuir la gran fantasmagoría en que se acabaría convirtiendo la política cuando aún ni siquiera se habían asentado los fascismos ni la Segunda Guerra Mundial había cambiado radicalmente nuestra percepción de todo, de la Historia del capitalismo de la religión y de la democracia.
La crítica de Berdiáyev se centra en el resultado de la labor destructora del escepticismo y del positivismo, que han secado de raíz la fuente espiritual que anima la presencia de la especie humana sobre la Tierra. A su entender, también el socialismo es heredero directo del capitalismo, una de sus lógicas manifestaciones. La labor de zapa de los tiempos nuevos que inició el Renacimiento llevó en línea recta a la actual postración de la humanidad. De hecho, más que de la “muerte de Dios”, Berdiáyev cree que habríamos de hablar de la “sustitución de Dios”, teniendo en cuenta la fuerte índole religiosa de un movimiento como el socialismo, que reproduce el esquema de la Iglesia católica, y recuérdese que católica significa universal y que el socialismo es, por definición, internacionalista:  La socialización transformada en religión es el incontestable desenlace del Renacimiento, el agotamiento de esa individualidad humana que se había sublevado en la época del Renacimiento. El individualismo extremo y el socialismo extremo son dos formas de ese desenlace. Y, en ambas, la individualidad del hombre está comprometida, la identidad humana se entenebrece. El humanismo abstracto, separado de las bases divinas de la vida, de la concreción espiritual debe conducir a la destrucción del hombre y de su identidad. (…) En Nietzsche el humanismo se renuncia y se destruye bajo la forma individualista; en Marx es bajo la forma colectivista. (…) El superhombre substituye en Nietzsche al dios perdido.(…) La colectividad sustituye, en Marx, al Dios perdido. (…) Hay verdaderamente en el colectivismo de Marx algo inhumano, de antihumano: la personalidad del hombre se pierde, la identidad del hombre se entenebrece. El colectivismo de Marx no admite la individualidad humana, con su vida interior infinita, que admitía y glorificaba no ha mucho tiempo, el humanismo de Herder y de Goethe.
Es lógico, desde esta perspectiva, que Berdiáyev lamente con insistencia la gran pérdida que supone el abandono de la conexión religiosa esencial de la persona y cómo el cultivo de la individualidad a ultranza, de la concepción monádica del ser, se acaba trasladando a la concepción de los estados. En su análisis de la Edad Media y del Renacimiento considera que en la Edad Media era imposible el nacimiento de los estados, que estos pertenecen a la “obra” de afirmación crítica y empírica de la individualidad,  propia del Renacimiento. Los particularismos cobran una dimensión separadora que era impensable en la Edad Media, cuyo universalismo está en relación con su aceptación de una concepción del orden de naturaleza teocrática: La historia de los tiempos modernos ha creado formas de nacionalismo que el mundo medieval desconocía. En Occidente, los movimientos nacionales y los separatismos nacionales han sido el resultado de la Reforma y del particularismo protestante. El fondo espiritual del catolicismo no hubiera jamás podido conducir a semejante separatismo. Se han formado mónadas nacionales cerradas, de la misma manera que las individualidades humanas se han transformado en mónadas cerradas. Sin embargo, Berdiáyev supo ver la imposibilidad de que ese mundo fragmentado de naciones aisladas pudiera sobrevivir a las amenazas de la decadencia democrática, porque la crítica de las limitaciones de la democracia es, en el fondo, la tesis fundamental del libro. Cuando se acercaba la crisis definitiva del modelo capitalista democrático, Berdiáyev intuyó, con clarividencia el cuadro resultante: Las nacionalidades cesan de acantonarse en sí mismas; es su destino: todos dependerán de todos. La organización de cada pueblo cuenta hoy con el estado del mundo entero. Lo que pasa en Rusia repercute en todos los países y en todos los pueblos. Jamás existió semejante contacto entre el mundo occidental y el mundo oriental, que durante tanto tiempo vivieron separados. La civilización cesa de ser europea, volviéndose mundial. Europa se verá en la necesidad de renunciar el monopolio de la cultura. Y ahí estamos, habiendo caído el comunismo soviético, habiéndose formado la Unión Europea y asistiendo a la reformulación de los valores democráticos que consigan la supervivencia del modelo frente al desarrollo chino bajo un régimen totalitario, por ejemplo.
La crítica de la democracia como un sistema nacido de la negación de los valores religiosos es una constante a lo largo de los cuatro ensayos, trátese ya de la democracia representativa, ya del comunismo soviético. Al fin y al cabo, a su parecer, las democracias han salido del pathos de la libertad, de la afirmación de los derechos absolutos de todo hombre, y es la afirmación de la libertad, de la facultad de escoger, la que se presenta como la verdad fundamental de la democracia. (…) Tocqueville y Mill, a quienes no se puede calificar de enemigos de la democracia, hablan con mucha inquietud de los peligros que amenazan a la libertad, a la individualidad de hombre.  Se trata, en definitiva, de un riesgo inherente a los fundamentos del sistema, el cual, a pesar de reclamarse como verdadera expresión del poder del pueblo, no deja de ser sino un vehículo para el ejercicio del poder de una minoría escogida: El poder jamás ha pertenecido ni pertenecerá al mayor número. Ello se contradice con la propia naturaleza del poder. El poder tiene, en efecto, una naturaleza jerárquica y una estructura jerárquica. Así sucederá en el porvenir. El pueblo no puede gobernarse a sí mismo, necesita directores. En las repúblicas democráticas no es por cierto el pueblo quien gobierna, sino una ínfima minoría de jefes de partidos políticos, de banqueros, de periodistas, etc. Lo que se llama la soberanía popular no es más que un instante en la vida del pueblo, el desbordamiento del poder instintivo del pueblo. La estructura de la sociedad y del Estado, la constitución del orden social, van aparejadas con la manifestación de la desigualdad y de la jerarquía: la concesión de la soberanía a una parte determinada del cuerpo social. Una opinión que está en el centro de nuestro debate político actual, que gira, como es sabido, alrededor de los intentos de quebrar el bipartidismo para aspirar a una verdadera presencia del pueblo en las decisiones que tanto le afectan. 











5 comentarios:

  1. El periodo de entreguerras es sumamente interesante en todos los sentidos. Europa era un hervidero de riqueza artística y cultural. Es una época apasionante en cuanto al pensamiento. Este autor que nos traes y que desconocía tiene reflexiones ciertamente jugosas sobre el materialismo, el colectivismo, el superhombre nietzscheano, la mujer, la esencia de la democracia que no es otra que la de ser una ilusión. Los ciudadanos votamos pero no ejercemos el poder de ningún modo. La quiebra del bipartidismo será una realidad tal como van las cosas pero seguiremos sin catar una parcela mayor de poder. Ya hemos visto cómo ha cambiado Syriza cuando se ha visto ante los poderosos de Europa, asistido a sus reuniones y recibido sus avisos. No hay nada que hacer. La democracia es el mayor engaño jamás inventado. Es tan complejo todo que la inmensa mayor parte de las decisiones son incomprensibles para el ciudadano medio que solo recibe argumentos para subnormales y para excitar las bajas pasiones. He visto algún retazo del debate entre Susana Díaz y el candidato popular y es vergonzoso. Piensan que el ciudadano medio es subnormal. Tal vez lo sea, es una posibilidad. También se dice que la televisión está dirigida a una edad media de doce años para que todo el mundo pueda entenderla.

    Me ha interesado este pensador que nos has traído hoy, mucho más que Larvaud que me resultó algo ampuloso y engreído.

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    1. Son dos personalidades totalmente opuestas: el decadentismo y el fortísimo espiritualismo ruso. Larbaud indaga en el yo a partir del arte y del solipsismo; Berdiáyev -que tiene el honor de haber sido censurado tanto por el régimen zarista como por el bolchevique, lo cual demuestra su insobornable amor a la verdad- vive el yo desde una religiosidad que le permite dar sentido a un mundo en cuya descripción cabal anduvo muy acertado.
      Me alegro de que estos desvelos míos tengan algún sentido, a su vez.

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  2. Don Juan, le agradezco mucho su presentación de este autor ruso, sobre el que me suena vagamente haber leído alguna opinión, pero del que no creo haber leído una línea.

    Algunas cosas me han recordado este artículo, que leí ayer: http://www.theimaginativeconservative.org/2015/03/the-political-imagination-of-charles-sarolea.html

    Sobre lo de que "En las repúblicas democráticas no es por cierto el pueblo quien gobierna, sino una ínfima minoría de jefes de partidos políticos, de banqueros, de periodistas, etc.", lo mismo dijo Schumpeter en Capitalism, Socialism and Democracy, publicado en 1942.

    Joselu: Totalmente de acuerdo sobre la opinión que obviamente tienen los políticos sobre el ciudadano.
    Decían que con Franco ponían fútbol en TV para adormecer a las masas. En aquel tiempo había un partido por semana.

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  3. "sus doctrinas poco predicamento pueden alcanzar en nuestros días, fuera de círculos cercanos a lo que ni sé si aún se denomina, impropiamente, “democracia cristiana"
    El poco que tienen está casi todo en el tradicionalismo, muy minoritario, y al que los medios hacen el vacío

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    1. No sabe el regalo que para mis fatigados desvelos de intelector empedernido supone su agradecimiento... En él hallo una recompensa insustituible, y un estímulo. Curiosamente, en el testimonio de Löwith se recoge una página del Diario de un escritor, de Dostoievski, que calca punto por punto las tesis de Berdiáyev. La interpretación cristiana que hace Dostoievski del destino de Alemania es impagable, como muestra de análisis político al margen de todos los tópicos que suelen utilizarse en nuestros días y que tan aburrida y pesada nos vuelve la lucha partidaria, ¡tan previsible siempre! Es evidente que la visión religiosa de Berdiáyev me parece totalmente cosa de ficción, pero su análisis del fondo escatológico judeocristiano en el comunismo y la despiadada jerarquización revolucionaria que imita el modelo de la Iglesia católica son dos aciertos indiscutibles, ¡y actuales!,y en los que coincide con Löwith.

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