jueves, 19 de febrero de 2015

La lengua al dictado


                                                


Intermedio dictatorial virtuoso.


La reflexión pedagógica no es mi fuerte. La docencia es un terreno proclive a la improvisación y en el que cualquier intento de mejora se somete, ipso facto, a la falsación que demuestra sus virtudes o sus defectos. Cuando ideé un método para familiarizar a los estudiantes con la belleza proposicional de la estructura lingüística, ni se me ocurrió que esa invención tuviera mayor recorrido que el estrecho del círculo que cerrábamos mis alumnos y yo en clase. Así, un texto como el siguiente:  Si A –que b- A, cuando C, que D porque E –que f- E, exigía de los alumnos una discreta creación en modo alguno de tipo artístico, sino exclusivamente lógico, del estilo de: Si tu hermano, que apenas oye a nadie, desobedeció mi consejo cuando se lo di, que no espere comprensión por mi parte, porque nadie que tenga dos dedos de frente lo entendería. Como es lógico, el ejercicio se completa a la inversa, esto es, reduciendo a fórmula algebraica (usando muy laxamente el concepto) un texto cualquiera. Ni promoví su conocimiento entre los colegas, ni lo reduje a ponencia para alguno de esos divertidos congresos del gremio, pero cuantos alumnos lo usaron pueden dar fe de sus progresos en esa árida materia que es la sintaxis para los galbaneros y apasionante para los estudiosos.
Pero este intermedio se lo quiero dedicar, que ya me iba por las anchas avenidas de la sintaxis que no cesa, a una de las prácticas pedagógicas más antiguas que existen: el dictado, cuya finalidad básica se asocia a la mejora de la ortografía, si bien tiene otras como la fijación de las estructuras sintácticas, el aumento del vocabulario e incluso la transmisión de ideas. Los detractores del dictado son infinitos, los partidarios han reculado mucho, pero aún los hay, si bien su defensa de esta herramienta se ve impotente ante el diktat neomoderno que execra el uso del dictado como un método casi casi del Antiguo Régimen. Por mi parte, siempre dado a las innovaciones que me permitieran sobrellevar la asendereada vida profesional, creé un dictado que prohijé bajo el nombre de El dictado dibujado (Método Poz), que corre por la red por si alguien hallara en él las virtudes que a mí me pareció que tenía y que pude comprobar a lo largo de no pocos años, sobre todo en la enseñanza del ELE y en los primeros cursos de Secundaria. Hay muchas clases de dictados, pero uno de entre todos ellos se me atravesó siempre, el dictado preparado. Advertía una traición monumental al espíritu del dictado en esa facilidad con que se rebajaba el alcance del método. Quizá por eso inventé el dictado dibujado, que bien puede considerarse como una superación del dictado preparado. La técnica del dictado ha dependido siempre de los dictadores, y es cierto que el dictado por palabras, y aun estas repetidas, tiene menor valor que el que, dictando hasta unas cinco palabras, obliga a ejercitar la memoria de los alumnos. Se trata de una exigencia, no obstante, a la que se puede llegar gradualmente.
Pero tampoco quería hablar hoy de esos dictados dibujados que tanto ayudan a la fijación de la mayoría de las grafías, sino de lo que pudiera acaso denominar “dictados avanzados”, que incluyen una selección léxica depurada y ajena en gran medida a la competencia léxica de los alumnos. No miento si digo que acaso en el origen de los mismos se halló un reto personal: ser capaz de construir textos que incluyan el mayor número posible de vocablos comprometidos ortográficamente para el alumno sin que el resultado final haya de ser un ejercicio que imitase la conocida escritura automática surrealista, aunque no pocos de esos dictados acaben teñidos de un poderoso hálito surrealista, cosa que en modo alguno me repugna. Me limito, pues, a ofrecer unas cuantas muestras de esos “dictados avanzados”, no para que se lean como los textos literarios que no son, pero sí para que se intuya lo que de literario hay en ellos y, faltaba más, por si alguien aún amarrado al duro banco de la galera turquesca de la profesión quisiera disponer de ellos (llegué a escribir 73). Helos:

El microbús recogió a los hacendados para llevarlos a una excursión que circunvalaría la ciudad prohibida. Desde las ventanillas verían celosías, tabiques, estores y cúpulas; reflejos bermellón sobre las húmedas tejas de arcilla y, al atardecer, una nube albaricoque suspendida junto a la muralla de adobe.

El éxtasis de la beata, frecuente y reiterativo como una herida recidiva, hundió en el estupor a los feligreses abochornados: ¡qué variada gama de blancos y burdeos! Sobre la mezcla espontánea revoloteó, inaugural, el negro augurio del índice admonitorio que sojuzga desde el abismo como un chamán en la horda primitiva.

Aquel coramvobis que nos sorprendió en el chiribitil llevaba trazas de acochinarnos allí mismo. Nuestro *ahobachonamiento nos impedía, además, toda respuesta que no fuera soñar con una nequicia tan lejana como próxima era nuestra estúpida bonhomía. ¿Nuestro auxilio? Un jabardillo de murciélagos que le esquivó el rostro sellando en él la huella del horror que le hizo huir a la carrera.

El bizbirindo zagalejo tocaba el birimbao, ajeno a los borborigmos, como una cirigaña que le granjeara la benevolencia literal de su analfabeta pastorcilla. Junto a la verbena y los hibiscos, entre los abruptos riscos de la sierra, resonaban sus lengüetazos como el sabroso evohé de las enfebrecidas bacantes. Cuando ella oyó la metálica llamada de la guimbarda, se sacudió la galbana, encerró el rebaño y ascendió hasta el ara donde se oficiaba el rito de su devoción. Ella, callada, apoyada sobre el cayado. El, sin decir palabra, aun moviendo dos lenguas desiguales. De sus cuatro ojos, indecisos pabilos, caían exánimes morceñas sobre las flores azules del romero.

Hoy hay ahí, ¡ay!, un aya a horcajadas de una rama del haya que orna la entrada al Hades desvencijado de tu inhóspita mansión. Expulsada parece de una hemeroteca desahuciada, y huérfana del auxilio que sus canas venerables a prestarle convidan. Desde la alberca cenagosa oyes sus desvalidos y horrendos bramidos sin hallarles sentido ni detectar el turbio latido de las execraciones que te zahieren.

Por el angosto espacio de la, aun así, amplia alcahaz volaban el buharro y el baharí convulsivamente entre las formidables rapaces competitivas: conllevaba su revuelo un increíble calabobos de plumas desprendidas del roce callado de sus alas expeditivas. Yo observaba cómo el hambre voraz ahuyentó sus miramientos y, ajenas al hecho de ser congéneres, se disputaban con brío, sin subterfugios, el espacio enjaulado a la espera de una presencia alible.

El esbirro dejaba sus escíbalos en un calvero del bosque mientras el cabecilla de los forajidos vigilaba desde el altozano la inminente aparición de los carabineros. El hadrubado cagón, embebido en su desahogo ventral, no oyó la cómplice advertencia de su jefe y fue sorprendido, a media deyección y plena erubescencia, por un revuelo de capotes y una erección de trabucos tan eficaz como el jugo del eléboro.

Y, para acabar, un metadictado:

Los estudiantes, cohibidos por el batiburrillo de étimos dictados con vocación de trampantojo *grecizante, se rebelaron contra la aflictiva, acrobática y exuberante retahíla de voces inauditas y esquivas. Una promesa los detuvo: ni zarcillo, ni gozquecillo, ni gigote, ni siquiera caterva avivarían sus temores, pues serían enhastilladas en el carcaj pacífico de un ejercicio no dictado, sino sugerido como un embeleco.

6 comentarios:

  1. Interesante, complejo de inicio, pero simple cuando se comprende.

    Un saludo

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    1. Y, aunque me esté mal decirlo, eficaz. Entiendo que te refieres al dictado dibujado. Una alternativa al soporífero dictado de toda la vida.

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  2. Creo que el éxtasis de la monja, más si es de la edad media o incluso del Renacimiento, guarda mucho en común con el del chamán... y ampliando el horizonte podría vislumbrar la figura del poeta maldito. O sea que no me parece surrealista...son literarios pero no lo son? Cómo podrían llamarse?
    H. Wittenberg

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    1. No había pensado en ello, dado su carácter instrumental, pero acaso Dictados Dictéricos o Dicterios a secas se acercara, en parte, por lo de la provocación sobre todo. Sí, tiene razón, algunos de ellos son absolutamente lógicos, pero tan retorcidos que guardan la apariencia de esa escritura automática que es lo que practiqué cuando los escribía...

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  3. Cuando pienso en ti, mi estimado Poz, se me viene a la cabeza eso de que de tu ingenio no puede esperarse nada convencional. A fuerza de intimar con tu mundo mental por la escritura y la palabra en directo sé que tus propuestas son insólitas, inequívocamente tuyas, con ese sello absoluto de la genialidad o el disparate. Sin duda tu propuesta del dictado dibujado ... ha tenido una comprobación en vivo con tus alumnos a lo largo del tiempo. Ese es tu librillo de viejo maestro que ahora nos muestras para nuestro solaz y deleite. Esos dictados no me son tan ajenos pues tengo libros de dictados de los años cincuenta en que aparecían textos con un sabor semejante, un entorno que me los recuerda poderosamente. No sé, habrás experimentado con ellos y habrás hecho un seguimiento tal vez. La ortografía es tan procelosa... En el fondo no es difícil pero exige intención por parte del disiente. Sin ella es inútil. Y ese es el problema que el asunto ortográfico no les inquieta en absoluto a la gran mayoría de los muchachos que frecuento. En la búsqueda de esos manuales de ortografía antiguos, para mi suerte he recuperado un libro que tenía olvidado y que me va a dar juego en la próxima clase a mis alumnos a los que me gusta sorprender, para que nunca se acomoden a lo conocido.

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    1. Tú siempre tan generoso, Joselu... Me encantará saber algo de esa ¿reliquia?, porque sabes mi predilección por las rarezas. Me reservo, ahora que tú me lo sugieres, elaborar una entrada sobre el mejor pedagogo de la expresión escrita que he conocido en todos mis años de profesional, es decir, de diletante. Me refiero a La formación del estilo, de Luis Alonso Schökel, en la editorial Sal Terrae. Yo tengo la 3ª edición, de 1957. Schökel es el traductor de la Nueva Biblia Española, un portento de traducción gracias a la cual el viejo hieratismo bíblico suena, ¡y ya iba siendo hora! a castellano normal y corriente. Advierto, por otro lado, que en Twitter, el hosco país de los gorjeos, se maltrata la ortografía casi como en pueril exhibición de espíritu rebelde. Angelicos...

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