lunes, 29 de diciembre de 2014

Hitler, el vecino de enfrente.


Casa de Hitler en Múnich. Hoy, cuartel de policía.

                                                       



Hitler, el meu veí: La memoria pertinente de Edgar Feuchtwanger o la ascensión del nazismo contemplada por un niño.

         Cuando compré Mi lucha, de Adolf Hitler, adquirí dos libros más, uno de memorias de Jean Rhys, Una sonrisa, por favor,  y otro de Edgar Feuchtwanger, Hitler, el meu veí, cuya lectura he adelantado única y exclusivamente por haber hecho ya la del libro de Hitler, de manera que la próxima en aparecer en este Diario será la peripatética y guadianesca Jean Rhys, de quien, en el ínterin de la lectura de este libro de Feuchtwanger y mientras pergeñaba esta entrada, leo con interés su Viaje a la oscuridad, que, sin ser Viaje al fin de la noche, no deja de tener atractivo. Ahora he de centrarme en un libro de memorias compuesto al alimón por el suministrador del material en bruto, Edgar Feuchtwanger, perezoso memorialista, y por el periodista Bertil Scali, quien le dio la forma de biografía novelada o de novela biográfica en que se lee con amenidad, sorpresa e indignación
         Ser el vecino de enfrente de Adolf Hiter solo tiene interés si el niño que fue Edgar tiene, como así sucede, una memoria privilegiada, capaz de, al tiempo que va contando su historia personal, contar la de una época que lleva camino de ser la mayor generadora de bibliografía en Occidente. Es evidente que el hecho de pertenecer a una familia de intelectuales reconocidos, su padre, amigo personal de Thomas Mann  y editor de Duncker & Humblot, en la que se publicaba a Carl Schmitt;  su tío, Lion Feuchtwanger, escritor convertido en enemigo público número uno del régimen nazi, al que se desposeyó de la nacionalidad alemana, cuya vivienda se allanó y cuyos libros se quemaron, autor de una novela aún, me parece,  no traducida en España, Erfolg Drei Jahre Geschichte einer Provinz: “Éxito. Tres años de la historia de una Provincia”, 800 páginas de novela en clave en la que aparece un retrato despiadado de Hitler bajo el nombre del mecánico Rupert Kutzner, creador de un partido alemán de ultraderecha; que formar parte de una familia tan representativa, digo,  ayudó o suyo a que aquel niño guardara como oro en paño unas vivencias a las que el lector ahora asiste con curiosidad e interés, porque se nos describe en ellas la vivencia cotidiana, a la par que intelectual, de una época de infausta memoria, pero que no hemos de permitir que caiga en el olvido.
Lion Feuchtwanger fue también autor de una obra muy ligada a los recuerdos de su sobrino: Los hermanos Oppermann, de inequívoco interés para quienes quieran saber cómo fue posible que se gestara un movimiento genocida como el nazismo durante la República de Weimar. El trío de referencias lo completa otra obra sobre la que es posible que los intelectores hayan oído hablar más: Historia de un alemán. Memorias 1914-1933, de Sebastian Haffner, un periodista que nos describe cómo, casi imperceptiblemente, fue calando en la sociedad el discurso antisistema y liberticida de los nazis, a pesar de la repulsa moral con que fue acogido en sus inicios. Ya mencioné en la entrada dedicada a Mi lucha que Gustavo el férreo, de Hans Fallada es otra obra capital para abordar aquel nefasto periodo de la historia de Alemania, de Europa y del mundo.
         Con esas fuentes se alza ante el intelector un fresco histórico y unas peripecias individuales que nos permiten aproximarnos a los efectos que produjeron en la sociedad alemana los postulados racistas que Hitler había expuesto en su libro, al que no solo hay constantes referencias en la obra de Edgar Feuchtwanger, sino que cada uno de los años en que se organizan los capítulos del libro va encabezado por una cita de Mi lucha. Como el libro apareció, al menos la edición catalana que yo he leído, en mayo de 2014, casi puede decirse que voy a escribir una crítica de una “novedad”, para lo que la entrada dedicada a Mi lucha puede ser una lectura complementaria adecuada y esclarecedora.
         Año tras año, desde 129 hasta 1939 en que los Feuchtwanger logran escapar de Alemania, no sin que antes el padre de Edgar haya sido internado temporalmente en Dachau, el primer campo de concentración creado en Alemania, en 1933, el libro va siguiendo la vida cotidiana de un niño muy especial, porque el círculo intelectual en que el padre se desenvuelve le permiten tener un conocimiento de la realidad con una calidad de percepción muy diferente de la de otros niños de su edad. Además, el hecho de tener una niñera que se declara espartaquista, que compra, lee y subraya un ejemplar de Mi lucha y que odia a los nazis, cierra el círculo de influencias que le predisponen contra el ridículo hombre del bigotito ridículo, frente al que las opiniones van variando a medida que pasan los años. Frente a la cachaza del padre, que no cree que lleguen a materializarse las amenazas de NSDAP, La tia Bobbie li deia que l’oncle ens portaría problemas si no anava amb compte amb els llibres. L’oncle Lion pensa que un dia l’Adolf Hitler manarà i que, aquest dia, matarà tots els jueus. Jo no sé qui és aquest Hitler. Lion Feuchtwanger, con una lucidez de la que carecieron los observadores políticos europeos, caló enseguida la naturaleza del movimiento acaudillado por Hitler: En Hitler és in facinerós, un expresoner, un conspirador al capdavant d’una colla de desgraciats. (…) Són com els barons de l’edat mitjana a a recerca de un reialme més. Volen castells, or i serfs.(…) Quan pensó que abans, quan encara no l’havien tancat a la presó, el teu veí em tractava de Herr Doctor al Hofgarten Café de Munic, on anàvem tan sovint, amb en Bertolt Brecht.
         Hay, como en toda obra basada en la memoria, diversos niveles de lectura, desde la superestructura política hasta los detalles más nimios de la vida cotidiana que, para quien los vivió, conservan la verdadera imagen del pasado. No de otra manera puede entenderse la fascinación del niño Edgar ante la madre acicalándose frente al espejo del tocador, al que ella llama Psyché. Amigo como soy de este tipo de informaciones propias de aquella magnífica Historia de la vida privada, de Ariés y Duby, me parece sustancial saber que el origen del término procede del armario de tres lunas, heredero del espejo de cuerpo entero al que así se denominaba. Verse de cuerpo entero era, pues, verse de alma entera. Los tres cuerpos del espejo del tocador permitían verse de perfil, y si se ve la cara completa, completa se ve el alma, pues.
         Dentro de esa vida cotidiana ha de entenderse que, al par que ascendía su NSDAP en popularidad, porque prestigio nunca lo tuvo, Hitler devino comidilla de vecindad, como se desprende de todo lo que se comentaba acerca de su oscura relación con su sobrina Geli, hija de su hermanastra Angela. No era ningún secreto que, por razones de seguridad ni siqueira el nombre de Hitler figuraba en la puerta de su casa en el 16 de la Prinzregentenplatz, sino el de su ama de llaves, Anny Kramer-Winter: La Dorle de seguida ha explicat que en Hitler tenia un nom fals a la porta. Però el Papa ja ho sabia. Allí fue donde su sobrina se disparó mortalmente para liberarse de la reclusión forzada en la que la mantenía su tío. Tras la muerte de Geli, Hitler clausuró la habitación tal y como ella la dejó, sin tocar nada, y cada aniversario entraba a sollozar en aquella cama. Y se volvió vegetariano. Actualmente, la que fue su vivienda es una comisaría de policía, para evitar que el lugar fuese convertido en un centro de peregrinación. Hcia 1931, después de la fortísima recesión sufrida tras el crash del 29 en Usamérica, Lion Feuchtwanger hizo un diagnóstico de la situación cuya carga profética advertimos enseguida, no solo para los acontecimientos que se sucederían a partir de 1933, sino incluso para nuestro presente de hoy: El dijous negre de Wall Street no para d’escampar les seves cendres sobre el nostre país. Le empreses alemanyes ja no venen res, perden liquiditat. Els banc ja no donen préstecs y els seus client van fent fallida els uns rere els altres. La gent està desesperada. Com que en Hitler i la seva colla encara no han governat mai, els atribueixen totes les virtuts. I diguem també que n’hi ha que creuen (o esperen) que amb ells el món anirà millor. Ante aquella situación desesperada, no nos dejan de parecer, desde nuestra perspectiva actual, lamentablemente ingenuas opiniones como la del tío Heinrich de Edgar: –Vivim al 1932, caram! La gent està informada. Ningú no vol una dictadura. No, no em preocupen. Creer que uno vive casi en la culminación de la Historia, con todas las lecciones aprendidas de ella, es un tópico cuya contenido trágico hemos conocido, conocemos y seguiremos conociendo:  ¡Estamos en el siglo XXI! ¡Pero tú crees que en pleno siglo XXI…? Son expresiones paralelas a aquella ingenuidad de 1932 proferida por el tío Heinrich.
         Hay una parte del libro muy interesante desde la perspectiva de los nacionalismos actuales: la vivencia de Edgar Feuchtwanger en la escuela dominada por los nazis y utilizada como instrumento de germanización, siguiendo los conceptos establecidos en la hoja de ruta del partido de Hitler: identificación total con la patria, con las glorias de la patria y con el caudillo máximo. Desde esta perspectiva, llama mucho la atención cómo el joven Edgar, a quien por ser judío sus antiguos compañeros le hacen el vacío, se va adhiriendo a la visión nacional que le ofrece la escuela y asume con entusiasmo los logros del régimen, las victorias de sus atletas y la fortaleza de su ejército. Ese adoctrinamiento que, en 1933, llevó al pueblo a votar en masa que sí (algo más del 90%) a la pregunta formulada en el referéndum que concedía el poder absoluto a Adolf Hitler: Home alemany, dona alemanya, aproves la política del teu govern, estàs disposat a reconèixer-la com l’expressió de la teva concepció i de la teva voluntat i a declarar-t’hi solemnement a favor? Aquel tipo de educación en el espíritu patriótico que lleva al niño judío a hacerse planteamientos tan aterradores como el siguiente: De vegades em pregunto si podria marxar de casa i deixar de ser jueu, ser simplement un alemany com els altres. M’agradaria poder decidir qui sóc i tornar a anar amb en Ralph. Qui sap si demà tornarem a ser amics. Y a participar con entusiasmo en las exaltaciones patrióticas promovidas por los docentes:  M’enorgulleixo del meu país. El nostre Führer ha conquerit un país sense disparar ni un tret  -ha dit el mestre. Ha afegit que l’havíem de saludar. Tots ens hem aixecat i hem cridat: “Heil Hitler”. De igual manera se sentirá orgulloso de todos aquellos hechos “históricos” destacados en el NO~DO alemán, por el que el niño Edgar siente pasión y quién sabe si orientó, de alguna manera, sus pasos hacia la Historia como disciplina a la que se dedicó profesionalmente: Hem anat a veure la seva última pel•lícula, El triomf de la voluntat. (...) M’apassionen les actualitats al cinema. En 1936, ya en pleno nazismo triunfante, entra la radio en casa de Edgar, y recuerda al padre escuchando las noticias: El papa escolta les notícies, posa Ràdio Luxemburg, una emissora estrangera que fa programes en alemany que parlen del nostre país, lo que indica claramente la imposibilidad de informarse libremente en un estado totalitario como el que devino Alemania una vez Hindenburg tuvo que pasar por el trago de nombrar Canciller al “cabo austriaco”, a quien no mucho antes, por cierto, se le había concedido la nacionalidad alemana.
         Por suerte, cuando e le hace evidente, por lo que viven en su propia casa, el saqueo de la de su tio Lion, la represión de los judios, la privación de los derechos, la estrella roja que, en Múnic, deben llevar, etc., el niño Edgar “despierta” de su alienación nacional y afronta un duro destino: Sol al pati, mentre tots s’expliquen les proeses dels nostres esportistes, em consolo recordant que un estranger, Jese Owens, ha guanyat quatre medalles d’or sota la mirada furiosa del nostre vei. Esa soledad del “otro”, del “marcado” es lo que le lleva a sentirse mayor mucho antes de que le corresponda asumir tales responsabilidades: Al mirall, no tinc el nas de ganxo. No m’assemblo als dibuixos que veig als diaris. Tincs dotze anys i em sento molt vell. Este choque con el mal se manifiesta de forma desagarradora cuando su padre es arrestado en casa y conducido al campo de concentración de Dachau, a una hora escasa de distancia de Múnic: Ha dit que no em preocupi. El mataran. (…) Estem sols. La seva veu ja no hi és, no hi ha soroll. Vull tornar a veure’l. Vull que sigui aquí. No vull que es mori. No em vull morir. Per què nosaltres? Vull obrir els ulls, despertar-me. Però no és un somni. És la realitat. Han arrestat el pare. Han empresonat el meu pare. Se l’han endut. Aquel primer campo de concentración bávaro lo dirigía Heinrich Himmler sobre cuyo padre, el Director del centro de donde fue expulsado el autor Alfred Andersch, es el protagonista de la más que interesante novela El padre de un asesino. Heinrich Himmler fue el hijo díscolo que le salió a un profesor de Humanidades de Secundaria, y con quien solo se reconciliaría cuando llegó a convertirse en un capitoste del régimen. Quede dicho, de nuevo, porque de verdad que cuesta mucho hacerse a la idea de que el partido de Hitler se vio en sus días como un partido antisistema que iba a acabar con toda la carroña falazmente democrática de la República de Weimar… Bien está recordarlo.

         Cuando el padre es liberado y consiguen huir de Múnic, Edgar ni siquiera es capaz de manifestar su alegría, su alivio: He perdut el costum d’alegrar-me i no m’atreveixo  fer-ho. En el fondo, la visión que él tuvo del proceso nazi, sobre todo, a través de la contemplación de las entradas y salidas de su vecino, es lo que otro testigo singular de aquella historia, Sebastian Haffner, dejó escrito en su libro: Lo que ‘sabe cualquier crío’ suele ser casi siempre la última y más innegable quintaesencia de un proceso político.

5 comentarios:

  1. Una interesante exégesis sobre el libro que mencionas y que recrea un tiempo, el anterior a la subida del nazismo. Se ha escrito tanto sobre aquello... Me pregunto qué había en tu mente cuando escribías esto, si hay un trasfondo sobre el que quisieras hablar sin hablar. El último párrafo parece que da una pista. Los puntos suspensivos son siempre reveladores. "Quede dicho, de nuevo, porque de verdad que cuesta mucho hacerse a la idea de que el partido de Hitler se vio en sus días como un partido antisistema que iba a acabar con toda la carroña falazmente democrática de la República de Weimar… Bien está recordarlo".

    Está claro que todo pensador hace de su capa un sayo. Leo y leo interpretaciones sobre el tiempo presente y me doy cuenta de que hay miles de ellas, tantas como exegetas de este tiempo. Cada articulista, cada filósofo, cada pensador, cada politólogo, cada bloguero, cada persona de la calle, en el bar o en la peluquería tienen su particular visión de la realidad que estamos viviendo y no son coincidentes. Ello me lleva a pensar que eso de la "lucidez" es algo que se percibe a posteriori. Hay ciertamente voces que fueron clarividentes y abominaron con más o menos valentía del nazismo, otros se mantuvieron tibios o expectantes o lo abrazaron abiertamente. La realidad es que cuando se vive un proceso es raro tenerla. Acudimos a la historia en busca de referentes, como has hecho tú para extrapolarlo sibilinamente al tiempo presente sin mencionar claramente qué tenías en la mente. Pero el pasado no nos ayuda o nos hace profundamente conservadores. Tomamos unos datos y otros, los interpretamos de una manera u otra, de acuerdo a nuestras filias y fobias. En el fondo solo existe la subjetividad. Todo lo analizamos de acuerdo a nuestra idiosincrasia, a nuestro estado emocional o de ánimo, de acuerdo a nuestra propia percepción de nosotros mismos, de nuestra creencia en el éxito o en el fracaso personal. Los procesos históricos se nos escapan. No los podemos entender. Sabemos tal vez de dónde venimos pero no tenemos claro por qué queremos permanecer en un lugar o irnos a otro. Un profesor de historia escribía en mi blog que él lo que quiere es ser feliz y que lo demás le importa bien poco, son elucubraciones. El mundo se puede estar cayendo a pedazos pero habrá siempre quien lo niegue o que esté cómodamente instalado en su rutina y no quiera saber más. Nos hacemos conservadores por ley biológica. No queremos prudentemente que el mundo cambie en exceso rápidamente. ¿A qué viene todo esto, me dirá el desencajado? Pues a que el libro que comentas de Edgar Feuchtwanger es una interpretación de un niño que lo escribió cuando ya no era niño y que tú tomas para iluminar lo que crees que es el presente. Nada en esta mano y nada en la otra. Zas. Moraleja. No expresada. Cuidado con los presuntos antisistema y moralistas de salón que lanzan denuestos contra la clase política en general. Es fácil prevenir contra los excesos de la historia cómodamente instalado en el sillón del salón con el futuro saneado, los hijos crecidos, y la vida estable. Sí. Legítimo, pero profundamente subjetivo. Imagino que si uno de los licenciados que ha saltado hoy la valla de Melilla (seguro que hay alguno) escribiera sobre los males de occidente, tendría una percepción netamente distinta. Especialmente al cabo de un tiempo por estas tierras frías y sin alma.

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  2. La historia nos desborda y por mucho que leamos sobre ella sacaremos interpretaciones subjetivas de acuerdo al sillón en que estemos instalados. ¡Oh la vida estable! Las revoluciones las buenas y las malas las hicieron siempre teóricos que azuzaron a las masas con habilidad. La toma de la Bastilla o el Palacio de Invierno. O la quema del Reichstag. ¡Oh, la historia! Es curioso que tras una bibliografía ingente aún no tengamos claro qué pasó con la república del 31. Por qué fracasó. ¿Quién lo hizo mal? ¿Se podría haber hecho de otra forma? ¿Cuál? Me temo que, sabiendo lo que sabemos, si volviéramos a vivir aquello, actuaríamos de un modo semejante a que nos llevó al desastre. Somos pulsiones. Que viven subjetivamente. Pero creemos hacerlo objetivamente. En el fondo todo es solipsismo.

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    1. Esto sí que es acabar el año con los dedos ágiles, la mente pronta y la polémica viva... ¡Me encanta! A pesar de que sea un mero subjetivismo ineludile. Sobre el solipsismo ya no estaría de acuerdo. A veces temo que viva demasiado fuera de mí, volcado en las circunstancias, la mía y las de los demás, y poco conmigo mismo... De que cada uno formamos una mónada leibniziana, poca duda me cabe: somos un ecosistema total; pero, a nuestra vez, con los demás, formamos otros. Entramos y salimos, pues... Vamos de nuestro corazón a nuestros asuntos y estos acaban convirtiéndose en asuntos de todos. Es posible que la historia nos haga conservadores, no lo se. Nunca me ha parecido de fiar, la Historia, por sus pretensiones de decirnos "la última palabra" sobre las cosas, cuando, la mayor parte de las veces, no dejan de ser versiones de los antiguos mitos. Tampoco me parece que el libro de Feuchtwanger sea "historia", sino autobiografía, algo cercano, pues, a lo que cada uno puede saber o escribir de sí. No pretendía, por tanto llegar a ninguna moraleja, ni tampoco "prevenir contra los excesos de la historia cómodamente instalado, etc." Tengo el defecto de traerlo todo al presente, de vivir en él y de decidir en él. Se trata de algo así como un eterno proceso constituyente: me constituyo yo mismo en mí mismo a cada instante. Así pues, no concibo que tenga nada que ver conmigo la vida estable: lo que haya de estabilidad en ella será lo que con mi esfuerzo diario contribuya yo a estabilizarla, si es que algo puedo. Por lo tanto mis prevenciones frente a lo que se me ofrece políticamente en el presente no responden tanto a lo que no existe, esa estabilidad que, como tú la enumeras más se parece a una féretro que a otra cosa...,cuanto a mi experiencia de la vida, en la que se incluyen la derivada de mi interminable , por definición, proceso constituyente intelectual. Subjetividad, sí. Solipsismo, no. Al menos en su significado literal: solo yo. Diría, Jose, que más que desbordarnos, la historia lo que hace es reirse de nosotros, a juzgar por la facilidad con que cometemos siempre los mismos errores, aquello de lo que hablaba Marx en el 18 Brumario, una lectura más que interesante.
      Tanto el libro de Haffner como el de Feuchtwanger son libros de memorias, no libros de Historia, libros de individuos, no de teóricos, libros de vidas sacudidas por los acontecimientos, por eso me han interesado. Que de todo ello se extraigan conclusiones me parece inevitable y provechoso. ¿Moraleja? No, qué va. Moral, ética, en su más prístino sentido.

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  3. Pues, perdón por mi atrevimiento, pero he de decir desde mi subjetiva opinión que los dos planteamientos me parecen acertados. A ver qué hago yo ahora... jajajaja un saludo muy cordial y siento meterme en tan docta e interesante conversación, me ha encantado leerles.

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    1. No sé si acertados pero ceñidos a la personalidad de cada cual, sin duda ninguna. Es lo que tiene escribir desde la sinceridad y la amistad, en vez de hacerlo desde la pedantería y el postureo. No ha de pedir perdón, ¡faltaba más! Este es un Diario muy abierto. Aquí hablamos al estilo de la filosofía de Martin Buber: Yo y Tú, porque hablar todos al tiempo solo produce algarabía.

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