miércoles, 18 de junio de 2014

Carácter y psicoanálisis: Las imposturas y defensas del yo.



Teoría del carácter. V

Análisis del carácter, de Wilhelm Reich: La acorazada herencia freudiana.


            Y en estas, llegó el cursor (la acepción más cercana sería “escribano de diligencias”…): Freud. Antes de él hubo otros que, visto retrospectivamente el proceso, y a pesar de su importancia objetiva, la historia de la ciencia nos los relega a la condición de precursores; del mismo modo, sus *cursorcuaces son tenidos por simples epígonos, a pesar de su importancia, como la del propio Reich de quien de aquí a nada hablamos, o la de Jung, del que ya hablaremos, quizás. Hasta la irrupción de Freud y su atractivo sistema, habían dado, los precursores, ciertos rodeos interesantes, sin acabar de encontrar el verdadero método que permitiera avances en los tratamientos de las patologías psicológicas; de ahí la importancia de una visión como la de Freud, auténtico pionero de ese último continente inexplorado: el inconsciente, descubierto por Josef Breuer, con quien Freud firmó su decisiva obra sobre la histeria, prólogo de la impresionante obra freudiana.
El carácter de la persona se contemplaba como un equipaje con el que se nacía, una maleta de actitudes, de rasgos de personalidad que iban apareciendo poco a poco, aunque se preterían  las primeras manifestaciones y se escogían como consolidación del carácter las que se declaraban al arribar el individuo a la  madurez, una vez dejados atrás los duros tiempos mudables de la adolescencia y la juventud, personalidades aún en agraz. La revolución de Freud, como todo el mundo sabe, consistió en conceder a la niñez la importancia decisiva en el proceso de formación del carácter, de tal manera que desde el mismo instante del nacimiento y el amamantamiento se inician ya las diferentes fases en las que, por carencias o excesos, se forjará dicho carácter. Recuérdese que en nuestra entrada sobre Jacob Moreno hablábamos de la importancia trascendental que concedía Moreno al momento del parto. De hecho, él presumía de tener memoria del suyo…
El hecho de que Freud pusiera el acento en la preeminencia del disfrute o la frustración sexual del ser humano desde su nacimiento constituyó una  transgresión de tal naturaleza en la sociedad conservadora en la que comenzó a publicar sus investigaciones, que difícilmente nos podemos imaginar hoy, en que nada es ya capaz de sorprendernos, salvo el fanatismo de la estulticia, lo que supusieron tales revelaciones y la enemiga eterna que le declaró el conservadurismo social e ideológico al sabio judío vienés. La variante sexual introduce en la teoría del carácter un factor de enorme complejidad, a pesar de que en los últimos tiempos, ha perdido mucho valor aquella posición inicial de Freud, de la misma manera que la han perdido supuestos aciertos suyos tan capitales en su teoría como el complejo de Edipo, la envidia femenina del pene o el tánatos, como fuerza contraria al eros.
 Su discípulo predilecto, pero después repudiado, Reich, fue el encargado de llevar hasta los límites de la locura la materialización de la libido y su posibilidad de acumularla como quien almacena cualquier otro tipo de energía, esa libido a la que él llamó orgón y para el que inventó sus “acumuladores de orgón” por cuya comercialización fraudulenta dio con sus huesos en la cárcel, donde falleció, como un profeta-mártir de la psicología científica, constituyeron una deriva hacia el delirio que acaso nació de una opresiva culpa infantil, cuando fue traicionado por su madre, al revelar a su marido que su hijo fumaba, lo que le valió una salvaje tunda de palos, y él, para vengarse, acusó a su madre de adulterio con el preceptor que vivía con ellos, lo cual era cierto, traición que acabó llevando a la madre al suicidio. La contemplación, por cierto, según cuenta el propio Reich en su curiosa autobiografía, de los pechos yertos de su madre le produjeron una vivísima impresión. Tal fue, que solo sabía que estaba enamorado cuando sentía deseos de besar los pechos de su enamorada.
Pero no nos desviemos, que lo nuestro es la importancia de Freud y de Reich en la construcción de una teoría del carácter que, desde ellos, se revistió de una terminología que ya no le suena extraña a casi nadie, aunque pocos, realmente, pueden manejarla con la soltura necesaria para no caer en alguna de sus muchas trampas conceptuales. A los antiguos caracteres determinados por la teoría de los humores les sucede, desde el psicoanálisis, un repertorio de personalidades traumáticas, porque la esencia del carácter, para el psicoanálisis se fundamenta en las frustraciones que se convierten en fijaciones que acaban definiéndonos. Los tipos caracterológicos definidos por el psicoanálisis tiene su fundamento en los tres estadios que definen la estructura psíquica de la persona: el yo, el ello y el superyó, un juego de relaciones en el que se fraguan caracteres cuyas manifestaciones dependen de esas interrelaciones a lo largo de la cinco etapas fundamentales en el desarrollo e la persona:   La etapa oral, hasta los 18 meses; la etapa anal, entre los 18 meses y los tres o cuatro años. La etapa fálica, que va desde los tres o cuatro años hasta los cinco, seis o siete. La etapa de latencia abarca desde los cinco, seis o siete años de edad hasta la pubertad, alrededor de los 12 años. La etapa genital empieza en la pubertad y representa el resurgimiento de la pulsión sexual en la adolescencia, dirigida más específicamente hacia las relacione sexuales.
A diferencia, pues, de la concepción estática del carácter, el psicoanálisis introduce una concepción dinámica según la cual es la experiencia acumulada lo que contribuye a consolidar la personalidad del adulto. Desde esta perspectiva, la influencia de lo exterior al yo, el mundo que nos limita y condiciona, adquiere una importancia trascendental. El sujeto, en consecuencia, suele definir su personalidad en lucha contra todos los factores que intentan limitar sus deseos, y que vive como amenazas o represiones frente a las que ha de articular unos mecanismos de defensa que le permitan no sucumbir ante las fuerzas, internas y externas, del ello y del superyó. Esas defensas, tan conocidas, porque, en su versión divulgativa, forman parte de las páginas de psicología de los suplementos dominicales de los periódicos de gran tirada, han de entenderse como la fragua de donde salen caracteres tan específicos como los orales-pasivos, los anales-agresivos, los fálicos-narcisistas, los histéricos, etc. Lo que el psicoanálisis contribuyó a difundir fue, más allá de la constatación objetiva de la aparición de los rasgos caracterológicos, la posibilidad de rastrear en la biografía del sujeto el momento de la fijación en su personalidad de tales rasgos y la posibilidad de luchar contra ellos y transformarlos a través de la “cura por la palabra” o de la “limpieza de chimenea”, como tan expresivamente se refirió a la nueva psicología la protopaciente psicoanalítica Anna O. es decir, Bertha Pappenheim, cuyo caso sirvió de levadura para el desarrollo del psicoanálisis freudiano, una de las grandes conquistas de la inteligencia en la historia de la humanidad. La irrupción de la sexualidad en el tratamiento de Anna O., que tanto asustó a Breuer, hombre recatado y hasta cierto punto puritano, fue, sin embargo, un motivo sobre el que Freud supo construir sus brillantes teorías.
Reich, un verdadero apóstol de la liberación sexual, aunque hasta cierto punto, porque es conocida su animadversión a la homosexualidad –incluso se negó a tratar pacientes que lo fueran– no tardó en descubrir que el carácter, como sostiene: consiste en una alteración crónica del yo, a la que podríamos calificar de rigidez. Es la base de la cronicidad del modo de reacción característico de una persona. Su significado es la protección del yo contra peligros exteriores e interiores. Como mecanismo de protección que se ha hecho crónico, puede denominársele con todo derecho una coraza. Esta coraza significa inevitablemente una disminución de la movilidad psíquica total, disminución mitigada por relaciones con el mundo exterior, no condicionadas por el carácter y, por ello, atípicas. Existen en la coraza “brechas” a través de las cuales se envían al exterior y se retraen, como pseudopodios, intereses libidinales y de otros tipos. Sin embargo, debe concebirse la coraza como algo móvil. Opera conforme al principio del placer-displacer. En situaciones poco placenteras, la coraza aumenta; en situaciones placenteras, disminuye. El grado de movilidad caracterológica, la capacidad de abrirse a una situación o de cerrarse ante ella, constituye la diferencia entre la estructura de carácter sana y la neurótica. Prototipos de un acorazamiento patológicamente rígido son el carácter compulsivo con bloqueo afectivo y el autismo esquizofrénico, que tienden hacia la rigidez catatónica.
Ese será el concepto clave de Reich: la coraza, y desde él construirá su teoría del análisis del carácter y la terapia consiguiente, de modo que se habla de terapia reichiana como de terapia freudiana, si bien en el caso de la reichiana la palabra pierde su preeminencia como vehículo de exploración y diagnóstico y gana terreno una consideración casi holística de la persona: El carácter del yo puede concebirse como la armadura que protege al ello de la acción del mundo exterior. Según el sentido que le diera Freud, el yo es un elemento estructural. Por carácter entendemos aquí no sólo la manifestación exterior de este elemento, sino también la sumatoria de los modos de reacción específicos de tal o cual personalidad, es decir, un factor determinado, en esencia, en forma funcional que se expresa en los modos característicos de hablar, de la expresión facial, de la postura, de la manera de caminar, etc. Este carácter del yo consta de varios elementos del mundo exterior, de prohibiciones, inhibiciones de los instintos e identificaciones de distintos tipos. Los contenidos de la coraza caracterológica son, pues, de origen externo, social.
Es curioso percibir la formación del carácter en términos de  la vieja respuesta dictada por el cerebro reptiliano: enfrentarse o huir, porque el yo se asemeja mucho a ese individuo primitivo enfrentado a peligros que lo superan y ante los que se ha de inventar estrategias de caza, de escapatoria o de disimulo. Esas respuestas llevan anejas, desde el punto de vista psicoanalítico, una descarga libidinal o una retención que servirán para definir los caracteres básicos:
La cualidad final del carácter se determina de dos formas. Primero cualitativamente, según la etapa del desarrollo libidinal en el cual el proceso de formación del carácter recibió las influencias más decisivas, en otras palabras, según el punto específico de fijación de la libido. De conformidad con esto, distinguimos:
Caracteres depresivos (orales)
Masoquistas, genital-narcisistas (fálicos)
Histéricos (genital-incestuosos)
Compulsivos (fijación sádico-anal)
Lo que nos interesa, no obstante, más allá de la ostentación terminológica (que es una forma pedante de sacerdocio laico), es qué rasgos de carácter comunes y corrientes se manifiestan a través de esas clasificaciones psicoanalíticas, porque, junto a que sean sádicos, fálicos, anales u orales, la diligencia, la pigricia, la envidia, la cólera, la abulia, el histerismo, el arrojo, la temeridad o la circunspección siguen siendo conceptos que nos permiten entender y clasificar a nuestros semejantes, de ahí que nos sintamos gratificados, al avanzar en las casi 1000 páginas del libro preferido de Fritz Perls: el Análisis del carácter, de Reich y nos reconozcamos en los viejos conceptos remozados, como cuando analiza el masoquismo, la otra cara del sadismo:
        Al volverse contra uno mismo, el sadismo se convierte en masoquismo; el superyó, la representación de la persona frustrante, de las demandas que la sociedad plantea al yo, se convierte en agente punitivo (conciencia mortal). El masoquismo primaria o erógeno se convirtió más tarde en el de “instinto de muerte”, el antagonista del eros. (…) Rasgos típicos del carácter masoquista son los siguientes: subjetivamente, una sensación crónica de sufrimiento, que aparece objetivamente cono una tendencia a lamentarse; tendencias crónicas a dañarse a sí mismo y al automenosprecio (“masoquismo moral”), y una compulsión a torturar a los demás, que hace sufrir al paciente no menos que al objeto. Todos los caracteres masoquistas muestran una conducta específicamente torpe, de escaso tacto en sus modales y en su relación con los demás, a menudo tan acentuada hasta dar la impresión de una deficiencia mental.(…) El carácter masoquista intenta mitigar la tensión interna y la amenazante angustia con un método inadecuado, es decir, exigiendo cariño mediante la provocación y el desprecio. (…) Debe mencionarse un rasgo de carácter común en los masoquistas y en niños con tendencias masoquistas: sentirse tonto, o hacerse el tonto. Explotar todas las inhibiciones con miras al menosprecio de sí mismo, está en absoluta concordancia con el carácter masoquista. Un paciente dijo en una ocasión que no podía soportar el elogio, pues le hacía sentirse como si estuviera sin pantalones.
        ¿Verdad que ya nos vamos entendiendo mejor? El hecho de que haya una frustración original en la creación del carácter, que nos tengamos que ver impelidos a reaccionar, sitúa en el ámbito de nuestra relativa libertad la decisión de cuál sea la naturaleza de esa reacción que acabará definiéndonos, porque el psicoanálisis no es en modo alguno un determinismo, sino una aventura en las raíces más profundas de nuestras motivaciones. El psicoanálisis, contra las últimas tendencias de la investigación genética y bioquímica, que tienden a considerarnos marionetas de nuestros procesos orgánicos inapelables, incontestables e inmodificables, nos concede no sólo la oportunidad de una exploración de mundos insospechados, sino, también,  la posibilidad de cauterizar las heridas psicológicas que puedan haber contribuido decisivamente a cronificar ciertas reacciones a las que, con no pocas limitaciones, llamamos nuestro carácter o, en el colmo de la pedantería, nuestra personalidad.
Es evidente la ingrata limitación del género bloguense a la hora de desarrollar un tema, aunque se haga por entregas, así como también la facilidad con que el Artista puede perder lectores, casi como si las entradas de este Diario se llamaran homilías…, y la propia bitácora se convirtiera en púlpito, de ahí que, como en el Congreso, haya de decir: “voy acabando, señor Presidente…”, pero no quiero hacerlo sin que esta aventura por el triángulo supereyoyoéllico deje un repertorio de rasgos de carácter/comportamiento que denotan, al decir de Reich una impostura, porque, como es bien sabido, los mecanismos de defensa del yo nos obligan a cubrirlo con esa férrea coraza bajo la que censuramos vergonzosamente nuestros fracasos existenciales:
 En términos generales podemos decir que cuando una actitud se destaca en la personalidad total como si estuviese aislada o en conflicto con esa totalidad, se trata de una función sustitutiva que oculta una falta de contacto de mayor o menor profundidad. He aquí algunos ejemplos de comportamiento no auténtico:
risa demasiado estridente, molesta.
Apretón de manos forzado, rígido.
Afabilidad tibia, uniforme.
Ostentación narcisista de conocimiento superficial.
Expresión estereotipada, carente de significado, de sorpresa o deleite.
Adhesión rígida a determinados puntos de vista, planes u objetivos.
Modestia ostentosa en la conducta.
Gestos de grandiosidad en la conversación.
Búsqueda infantil del favor de los demás.
Jactancia sexual.
Cabriolas con encantos sexuales.
Coquetería indiscriminada.
Sexualidad promiscua y, desde el punto de vista de la economía sexual, nada sana.
Conducta exageradamente altanera.
Conversación afectada, patética o exageradamente refinada.
Comportamiento dictatorial o condescendiente.
Comportamiento exageradamente jovial.
Conversación rígida.
Comportamiento rufianesco o lascivo.
Risas sexuales y conversación sucia.
Donjuanismo.
Desasosiego. 
Como se advierte, este repertorio da de sí lo suficiente como para extendernos en su relación con la tipología al uso, de las cuales son también manifestaciones destacadas. Renuncio, sin embargo. Prefiero acabar con una reflexión sobre la compleja taxonomía de los caracteres y la tendencia a la simplificación que supuso el psicoanálisis, reducción que aún se acentuará más en el caso de Weininger, lo que multiplica, paradójicamente, la posibilidad de errar profundamente. Pero todo eso lo leerán los intelectores de este Diario cuando el Artista Desencajado acabe la entrada dedicada al suicida vienés, un ejemplo paradigmático de la imposibilidad de sobrevivir que tiene una mente excepcional, incapaz de habitar, sin caer en la desesperación, en un cuerpo que se vive como deficiente soporte de un exasperado, desaforado y brillantísimo desarrollo intelectual. Coming soon…

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