sábado, 9 de noviembre de 2013

ICON (léase “aicon”), nocivo iconódulo (o iconólatra)


La banalidad esteticista o la vulgaridad pija.

                  ¡Cómo hemos podido vivir los hombres tantos años sin ICON, perdidos en el piélago de la vulgaridad, en los abismos de la garrulería, en las simas de la ordinariez, en los antros de la inestilidad! El PAÍS, que quiso convertir la cabecera en desatildado (en sentido primigenio) icono, hubo de reconocer, aunque le llevó sus buenos años hacerlo, que era una palabra viva y un significado ambiguo, antes que un icono de molde, yerto como el sudario de la escayola pintada de negro de la que parecía hecho. He mirado con atención el centón publicitario que es ICON, he leído, con estupor,  algunos de sus escasos artículos, expresión máxima del adocenamiento y la cursilería, y he llegado a la única conclusión posible: ¡Estamos perdidos! o ¡nos hemos hallado en la peor de las versiones de lo que puede ser ser hombre, para una empresa de comunicación en el siglo XXI! Fijémonos en  la retórica comercial de la que emana este engendro, la paternidad del cual, afortunadamente, ha de buscarse fuera de nuestras fronteras, porque hasta para lo deplorable hemos de pagar copyright (léase “copirrait”), y saquemos conclusiones: En ICON hemos trabajado para que cada página, cada foto, sea cuando menos interesante, siempre sugerente, y misteriosa algunas veces. Misteriosa en el sentido más potente que tiene la palabra aplicada a la revista: cuando una vez cerrada, nos damos cuenta de que algunas de sus imágenes, quizás solo una, se han grabado en uno de los innumerables pliegues de nuestro cerebro y se quedan ahí, durante horas o para siempre, formando ya parte de nuestros anhelos, de nuestros gustos, de nuestros deseos. De nuestra personalidad. ¡Qué generosidad pliegal la del señor Moreno! La revista parece dirigirse a quienes solo tienen un pliegue y el resto de los “innumerables” planchados como los modelos-objeto, como se decía antes de las mujeres en revistas tristemente iguales. 
                    Que para presentar, con tópicos rancios, un producto anacrónico como éste, el maestro de ceremonias cite a Borges y a Susan Sontag, bucando una coartada cool, pone sobreaviso de la inmensidad de la mediocridad que ofrece a los videntes, que no leyentes, de su catálogo publicitario. Coche-Perfume-Moto-Dolce…, ¡y la galbana infinita que se apodera de uno para no seguir! son como una declaración tópica del mundo macho metrosexual por el que pretenden cobrar ¡nada menos que 3€ por ejemplar! ¿En qué sueño de la razón se ha abismado la mente calenturienta que imagina un exitazo de ventas? Le ahorro al lector de estas líneas las irreproducibles, sin vergüenza ajena, del director de la “cosa”. Pero no les ahorra la síntesis: ICON quiere ser una guía sensata del mundo del consumo, sin complejos pero sin la menor intención de adoctrinar: Zapatos. Reloj. Perfume. Bolso. Chaqueta. Perfume. Reloj; Perfume; Crema hidratante para piel barbuda. Chaqueta. Polo. Reloj. Perfume. Coche. Camisa. Zapatos. Plumífero (sic. Acaso ex-parka.  Los ya vetustos sólo reconocíamos como plumífero al periodista lagotero, que conste). Bolso. Ron. Coche. Ron. Chaqueta. Ginebra. Telefonica (sic. Iconica, sic, claro). Viajes. Botas. Cochecito. Banco. Banco. Inmobiliaria. Banco. Revista. Reloj…Todo ello, como mandan los cánones de la iconología publicitaria, con abundantes jóvenes para ensueños homo y bisexuales de cenicientas tardes de domingos aplánicos (sic, sin plan, está clariconico, ¿no?)
                   En la serie anterior he querido reproducir lo que podríamos considerar como el flagelante algoritmo infernal de la visión de la revista –porque poca lectura se ofrece-, para quienes hubieran considerado la posibilidad de hallar en ella algo, ¡lo que fuera!, capaz de apelar a su inteligencia y su sensibilidad.
                  ¿El mayor desengaño? Que Mendoza haya prestado su nombre y su menguante talento para semejante engendro. Le pagarán bien y eso lo justifica, porque es un profesional y, como los fontaneros, trata de arreglar los desastres donde se produzcan, pero ¿de verdad que lo necesitaba? Sus viejos lectores no esperaban esto. Él es elegante, está fuera de toda duda, pero también es inteligente, de ahí la perplejidad de quien encuentra su firma al otro lado de la página que comparte con Joana Bonet, autora de un texto infumable.

                 Para este intelector que tira a proletario bastorro, ICON le parece tan sofisticada y lejana como exótico le debe de parecer a sus diseñadores el tradicional bocadillo de calamares o de rodajas de merluza rebozada. Advierto, no obstante, si soy capaz de volver a recorrer un ejemplar de cabo a Mendoza, que se me abre un brillante futuro relacional: oleré mejor; daré la hora deslumbrante; invitaré a subir a un casihaiga a mis amistades; me caerán las prendas como de molde, en vez de “embutirme en ellas” como ahora me sucede; y estaré al cabo de la calle de las mejores marcas del momento... Y en cuanto a las tardes de domingo, pues me lo reservo(ir dogs…).

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