jueves, 5 de septiembre de 2013

Un subgénero novelístico expresionista: La novela de Gymnasium.

Alfred Andersch: El padre de un asesino
Ödön von Horváth: Juventud sin Dios
Franz Werfel: Reunión de bachilleresAniversario

Resulta llamativo el poco juego literario que la etapa del bachillerato ha dado en nuestra literatura, frente a la importancia de la misma en las letras alemanas (en las cuales se ha de incluir a los austriacos, a algún checo, como Kafka, húngaros como von Horváth,  y a no pocos suizos, como Walser y Frisch, por ejemplo, porque todos ellos se sienten incluidos en la literatura alemana, independientemente del país donde hayan nacido; algo que, sin embargo, no ocurre cuando hablamos de la literatura española, en la que no caben argentinos, mejicanos o colombianos, entre muchos otros, sino indirectamente y en análisis, a veces, propiamente de literatura comparada, como el paradigmático caso del peruano José María Arguedas nos recuerda). Piensa uno en Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, por ejemplo, y percibe en el acto un  abismo literario entre esa obra tan ajustada al realismo de mesa de camilla, al realismo “garbancero”, que decía Valle, y las obras cuya lectura aquí propongo. La vida de internado, en los diferentes niveles de enseñanza sí han tenido un cierto éxito literario, como A.M.D.G. de Ayala, tan provocativa en su momento auroral republicano como ahora mismo, o La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, entre otras, por poner ejemplos a uno y otro lado del océano; pero esa etapa concreta del paso del bachillerato a la universidad, de la adolescencia acomplejada  a la madurez problemática ha quedado como un vacío, difícil de llenar, por otra parte, porque en nuestro país los conflictos a esa edad tienen una limitada dimensión: o bien reflejan crisis de fe o bien describen la dura lucha por el acceso a la sexualidad plena, sin culpas ni compromisos losales. Nada nos habla ya de una universitaria, del mismo modo que una película magistral como Nueve cartas a Berta nos muestra la desesperanza casi irremediable de un universitario cuya mirada desencantada a lo que le rodea es capaz, literalmente, de acongojarnos hasta las lágrimas, sobre todo a quienes hemos vivido esa España negra, represiva y sin futuro inmediato liberador, en aquel entonces de los años 60, que se describe tan acertadamente en la película. Quienes quieran saber exactamente qué significaba la dictadura franquista y el yermo moral y cultural español que impusieron, heredero de la intolerancia y el oscurantismo secular españoles, sólo tiene que asomarse a esa película, y luego pensarse dos veces si a esta democracia tan deturpada que vivimos se la puede o no comparar con esa etapa siniestra de nuestra historia reciente. Sí que algunas novelas de Martín Vigil podrían ser tenidas en cuenta a la hora de buscar un ejemplo en nuestras letras del subgénero alemán del Gymnasium, pero se entenderá que excuse entrar en comparaciones absolutamente heteróclitas.
Son tres las novelas sobre las que quiero hablar: Aniversario o Reunión de bachilleres, de Franz Werfel, según leamos la edición de Luis de Caralt, 1962, publicada por Plaza y Janés o la de la editorial Minúscula, 2005, cuyo loable empeño por acercarnos la mejor literatura centroeuropea merece los mejores elogios. El padre de un asesino, de Alfred Andersch, en Círculo de lectores, colección Onda joven  y Juventud sin Dios, de Ödön von Horváth, en BackList, del grupo Planeta. En los tres casos, se ajustan cuentas autobiográficas con un sistema educativo autoritario hasta la crueldad, nacionalista hasta la perversidad y humanamente deplorable.
Respecto de la primera, ha de decirse que en el original contiene titulo y subtítulo: Der Abituriententag, que puede entenderse, en efecto, como “Aniversario” o “Reunión de viejos alumnos” y Die Geschichte einer Jugendschuld, que bien podría traducirse por “La historia o la anécdota de una culpa de juventud” o algo por el estilo. En cualquier caso, en las dos traducciones se ha optado por evitar un subtítulo tan explícito y se ha optado bien por el Aniversario, demasiado aséptico, bien por la Reunión de bachilleres, que se acerca más al original. Que ambas desdeñen el subtítulo explícito es una curiosa coincidencia. Ya se sabe que un titulo enigmático atrae más lectores que uno que da a entender claramente el tema de la obra. Aunque en Reunión de bachilleres, la etapa del Gymnasium ha quedado veinte años atrás, lo cierto es que el comedor reservado del Adria se había convertido de pronto en la vieja aula del colegio y en él, en efecto, se representan a través de la evocación aquellos años llenos de esperanzas, frustraciones, miserias y maldades. Werfel construye la novela como un flash back que nunca abandona, sin embargo, el presente deteriorado desde el que se evocan aquellos años de la adolescencia, por eso el contraste entre el ayer y el presente acentúa el carácter dramático de la novela, llena de reflexiones sobre la inocencia, y su pérdida, y sobre la maldad, y la ausencia de castigo, salvo el infligido por la propia conciencia. Los cuarentones adolescentes componen un entramado de clases sociales, de relativos éxitos y fracasos espectaculares que nos retratan con serena frialdad, por parte del narrador, un mundo abocado al fracaso después de la terrible experiencia de la primera guerra mundial, saldada con un fracaso, por parte alemana, que sólo sirvió para incubar el deseo de venganza con que aplacar el inmenso resentimiento. Reunión de bachilleres no es, sin embargo, una novela social, sino psicológica, porque a través de la rivalidad de dos personajes que destacan se nos hace un retrato implacable de uno de ellos, juez de profesión. Y por aquí viene lo del subtítulo: la “culpa de juventud”. Esta novela, como ya he indicado, fue publicada nada menos que en 1962 por Luis de Caralt, un editor inquieto y atento (para quien trabajo, por cierto, Gonzalo Suárez, quien cuenta en Jot Down algunas graciosas anécdotas de aquella relación) al que quizás no se le ha concedido la importancia cultural que tuvo en su momento. La edición de editorial minúscula es de 2005, sin embargo. Como uno es de natural pesquisidor, he tenido la ocurrencia de hacer un breve cotejo de ambas traducciones, a ver qué salía, y, sin sorpresa alguna, porque no desconozco el oficio de traductor, he hallado algunos resultados la mar de llamativos. Helos aquí (que no vienen saltando por las montañas, sino emergiendo del teclear): (Indico con los números las ediciones del 62 y la del 2005)
62. Llevaba una barba redonda del mismo color.
2005. La barba de rabino era del mismo color.
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62.Siempre resulta tonto fotografiarse.
2005. Nunca deberíamos dejar que nos fotografiaran.
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62.Se sentaba entre estas sombras del diario purgatorio de la vida.
2005. Se agazapaba en las sombras de ese Hades vulgar.
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62. Su fuego catiliniano
2005. Su fogosidad catilinaria.
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62.Llevaba ya trabajando cuatro horas, vistiendo a sus hermanos.
2005. Llevaba a sus espaldas muchas horas de trabajo.
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62. La falta de carácter era también un don de los dioses
2005. La falta de carácter era un regalo para los afortunados.
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62. escupitajos en algunos casos que le arrojaban diariamente a uno a la cara.
2005. escupirse en la propia cara todos los días.
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62. Silencio
2005. Nada
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62.El Estado, para él, desempeñaba un papel mítico, casi divino.
2005. El Estado desempeñaba un papel místico, casi divino.
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62. y estaban las indolentes offenbaccantes fumando cigarrillos.
2005. había alumnos de sexto que ya fumaban y bacantes impúdicas.
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62. De modo que ha decidido usted ser un inmigrante. Debe usted procurar entonces convertirse en un ciudadano tan pronto como sea posible. No es fácil.
2005. Usted ha emprendido un éxodo. Aspire ahora a convertirse en sedentario. No es fácil.
Como se advierte, brota enseguida la sonrisa, al comparar ambas traducciones. Como si se intuyera que alguno de los traductores, Ignacio Rived, de la del 62 o Eugenio Bou, de la del 2005, flaquean en su alemán o en la búsqueda de las equivalencias en castellano. Lo que no es fácil es traducir, sin duda, aunque tengamos y hayamos tenido muy buenos traductores. Hace tiempo, incluso se lanzó al mercado una loable Biblioteca de traductores por parte de Ediciones Júcar que, como otras buenas iniciativas editoriales no acabó cuajando en este país que parece haberle dado la espalda a todo lo que de bueno y necesario pueda haber en el mundo de la literatura.
Lo que llama poderosamente la atención de los personajes de Reunión de bachilleres es la acendrada reflexión moral de los mismos y su nivel de aspiraciones y de expresión, provocados, sin duda, por exigencias académicas que les abrían  horizontes de realización personal desconocidos para nuestros sistema educativo. Quien haya leído Los monederos falsos y recuerde la descripción que en esa novela se hace del ejercicio de francés que realiza el protagonista para superar el examen de estado que le dé el título de bachiller tendrá una idea exacta de ese abismo del que hablo. De igual modo lo sabrá quien haya visto Au revoire les enfants y recuerde los ejercicios académicos de Julien Quentin. El modo como se acercan a la realidad esos bachilleres, para los que la “cuestión judía” formaba parte de su día a día, como en la película de Malle, presupone una madurez que resulta casi impensable en nuestros lares, hechas las excepciones de rigor, claro está: No podía soportar su superioridad, precisamente por ser suya. ¿Por qué? Las explicaciones de un hecho no son nunca demasiado convincentes.(…) ¿Venía mi resistencia del hecho de que yo veía en él al judío, la raza de la que uno puede soportar todo, excepto la dominación? O, más adelante, en otra fase de esa rivalidad a muerte entre los dos adolescentes: Había algo más que burla de sí mismo en aquella risa; había inmolación total. Era el eco de mi propia risa, con la que yo le había destruido. Era algo que había permanecido en su alma como un dardo envenenado. Desde el mismo momento en que estalló, él dejó que fuese trabajando su aniquilamiento. No eran sólo los otros los que se habían alejado de él; él también se había apartado de sí mismo. Es cierto que el protagonista redacta sus vivencias de aquella época a partir de la reunión con sus condiscípulos, en un ejercicio de redacción febril e insomne, y que, de alguna manera su presente condiciona su pasado, pero la recreación está hecha con tal fidelidad a sus años adolescentes que se nos habla desde aquella mentalidad y aquellas experiencias con una voz de verdad y una sinceridad que logran transmitirnos la verdad profunda de los personajes y el drama angustioso del protagonista, atormentado por los remordimientos.
Juventud sin Dios, de Ödön von Horváth, escritor austrohúngaro en lengua alemana, apátrida confeso: No tengo Patria Y, como es natural, no sufro por ello, sino que me alegro de mi condición de apátrida, pues me libera de sentimentalismos innecesarios –lo que le priva de un 20% de lectores catalanes secesionistas…–, nos ofrece una novela de Gymnasium pero desde el punto de vista de un profesor inadaptado que revela el descrédito moral del sistema y anuncia el advenimiento de un nuevo régimen basado en la fe ciega, la obediencia sumisa, la crueldad y la hipocresía. Su inequívoca actitud de denuncia del nacionalismo criminal emergente le acarreó no sólo la enemiga de los nazis, sino la necesidad imperiosa de poner tierra por medio para que al lado de la hoguera de sus libros no lo quemaran a él en persona. Exiliado en París tuvo la desgracia de que la rama de un árbol desgajada por un rayo le golpeara en la cabeza y lo matara, a la temprana edad de 37 años. Otras versiones de su muerte hablan de que el rayo mismo lo calcinó, pero cuando las versiones se suceden es que se ha entrado en la leyenda.
La novela de Horváth está construida sobre un monólogo en tiempo presente que transmite al espectador el mundo de sensaciones, sentimientos, ideas, neurosis, temores, etc., del protagonista, asediado en su integridad moral por la perversión nacionalista, como se demuestra ya desde el primer capítulo, cuando corrige los ejercicios de sus alumnos: “Todos los negros son astutos, cobardes y vagos.” Esto es del género idiota. ¡Lo tacharé! Y cuando me dispongo a escribir con tinta roja en el margen: “Esto son generalizaciones absurdas…, me paro. Atención, esta frase sobre los negros, ¿no la he oído últimamente en alguna ocasión? ¿Dónde? ¡Claro, ya está! Retumbaba a través del altavoz del restaurante y estuvo a punto de hacerme perder el apetito. Dejo por tanto la frase tal como está, pues lo que dicen en la radio ningún maestro tiene derecho a tacharlo en el cuaderno escolar. Por cierto, cámbiese negro por andaluz,  extremeño o murciano y sabremos si la situación es extrapolable a los discursos nacionalistas catalanes desde su jefe de gobierno hasta sus mass media paniaguados, y comprobaremos la actualidad y vigencia de esta novela. El joven profesor de treinta y cuatro años se queja de que haya un abismo entre su generación y la de los jóvenes que serán alienada carne de cañón en la inevitable segunda guerra mundial: Que estos críos rechacen todo lo que para mí es sagrado no me parece tan grave. Lo que resulta más grave es cómo lo rechazan, sin conocerlo. Y lo peor de tofo s que no quieren conocerlo de ningún modo. Para ellos, pensar es odioso, dice el protagonista para fijar la situación en sus justos términos, esto es, para explicarse la raíz de la barbarie que protagonizarán. El argumento gira en torno a una muerte ocurrida en un campamento paramilitar al que van los jóvenes recién iniciado el verano. Las miserias morales de una juventud educada en la obediencia ciega y en la despersonalización chocan con la responsabilidad ética de un maestro que ha de arriesgar su carrera profesional y su estatus social para que prevalezca la verdad. La novela transmite una tenue esperanza, porque ciertos jóvenes, en sintonía con su represaliado profesor, deciden crear una sociedad de resistencia ante la barbarie que se impone socialmente por la fuerza y la adhesión de quienes solo conciben la patria como la esclavitud del diferente, e incluso su desaparición.
El padre de un asesino, de Alfred Andersch, es un libro declaradamente autobiográfico, si bien el autor se disfraza de un personaje, Franz Kien, que es protagonista de varias novelas cortas igualmente autobiográficas. La anécdota que da pie a la narración es la vivencia de un joven que tiene como profesor al padre de Heinrich Himmler el melifluo pero cruel y sádico asesino al servicio del proyecto Hitleriano de exterminio, un padre que vive enfrentado al hijo y con el que solo al final de sus días se reconcilia. La acción de la novela, como Solo ante el peligro, dura una hora, el lapso temporal de una clase, el mismo en que puede ser leído el libro. La supervisión del Director, el Rex, como lo llaman los alumnos, el enfrentamiento entre el Director y el profesor de griego, y, finalmente, del Director con los alumnos, nos dibuja un mapa humano exacto de la educación en tiempo de los nazis y de la repercusión en la vida cotidiana de aquella turbulenta y despiadada época. Kien, el protagonista, hijo de un nazi, se resiste al estudio y prefiere instalarse en la lectura de Karl May. Soporta con la entereza del alumno que pasa del sistema, el chorreo de su prusiano Director, quien exhibe un autoritarismo sin mayor fundamento que el propio poder, con independencia del mérito, como lo demuestra la vejación, ante los alumnos, a la que somete al profesor que acaba de obtener el doctorado y, posteriormente, la expulsión de Franz de la escuela. Llama la atención la naturalidad de una referencia a los judíos nacionalsocialistas, que los hubo, a pesar de los pesares, porque amantes de los “hombres providenciales” y de las “políticas de mano de hierro” los hay en todas las sociedades, independientemente de la religión que profesen o la minoría a la que pertenezcan. La edición de la novela incluye un epílogo muy interesante en el que el autor reflexiona sobre la ficción autobiográfica. A su juicio, Los asuntos más personales pierden –así se lo imagina cuando menos el autor– algo de su penoso carácter de confesión cuando se atribuyen a un terceo, por leve que sea el disfraz con que se le vista. (…) contar algo en tercera persona permite al escritor ser muchísimo más sincero. Y más adelante: Por otra parte, he escrito una novela, Effraim, en primera persona y, al contrario de Franz Kien, Efraim n o es en nada idéntico a mi, al contrario, es muy diferente a como sy yo. (…) Por lo demás, dicho libro concluye con la reflexión de que quizás el yo sea la mejor de todas las máscaras. Así de contradictorio es todo en el oficio de escribir. Finalmente, Andersch, reflexiona sobre los Himmler y expone una idea sobre la que no pocos intelectuales han mostrado su total perplejidad: Heinrich Himmler –mis recuerdos me lo confirman– no creció entre los hombres del proletariado más bajo y a cuya hipnosis él se rindió, sino en una familia burguesa de antigua y fina educación humanística. ¿El humanismo, pues, no protege de nada?

Contestar a esa duda nos ha de llevar, forzosamente a una meditación compleja y triste. La dejo para otro día, aunque voces autorizadas como la de Gabriel Jackson podrán orientar mejor al lector que las caóticas elucubraciones de un artista desencajado. De Jackson puede leerse un libro espléndido: Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX, editorial Crítica. Bon appètit.

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