viernes, 21 de septiembre de 2012

Ensayo desaseado IX

                 Hoy no tengo el día culto, la verdad.


Tras los vértigos y las asfixias sufridas al ascender a las altas cimas filosóficas, quiso descender el sujeto a la humilde carnicería de la materia que llevan a cabo los físicos, aunque su ignorancia en esa disciplina corría pareja  con el desparpajo de su juvenil atrevimiento.
Y la ciencia, siempre tan agradecida, le proveyó de algunas claridades -la identificación entre materia y energía- y no pocas complejidades y perplejidades, porque las cuatro fuerzas que consideran (fuerte, electromagnética, débil y gravitatoria) las sintió de repente como si al unísono se hubieran cebado en él y quisieran reproducir en el interior de su propio cuerpo el Big Bang.
¡Qué entusiasmo el suyo cuando iba cobrando piezas reconocibles: el protón, el neutrón, el electrón y los quarks! ¡Qué desolación cuando en esos túneles carniceros con nombre de complejo vitamínico se seguía descuartizando la res! En las muchas capas de la cebolla de la realidad, el sujeto se detuvo cuando, preceptivamente arrasados los ojos en lágrimas, leyó:
De la misma forma que la teoría de la interacción débil apareció cuando estudiábamos los dobletes de sabor (el electrón y el neutrino son dos sabores leptónicos, por ejemplo), sería interesante preguntarse qué ocurriría al repetir el mismo juego con tripletes de color, por ejemplo:
( quark rojo )
( quark verde )
( quark azul ),

construyendo una teoría SU(3) con matrices 3X3.
El resultado es una teoría similar a la electrodinámica cuántica, pero basada en tres colores. En lugar de un fotón o los tres transmisores de la fuerza débil ( W+, W-, Z), encontramos ahora ocho transmisores de color “Agluones”. Esta teoría es precisamente la cromodinámica cuántica. Las teorías construidas por este procedimiento se denominan teorías gauge. Las interacciones electromag­nética y débil están descritas por teorías gauge U(1) y SU(2); la cromodinámica cuántica es una teoría gauge SU(3).
Esas lágrimas parecían sacarle del entendimiento, como las riadas erosionan los campos adyacentes al cauce de un río desmadrado, los bariones, los bosones -el W y el Z-, los hadrones, los mesones -el J ¡con su impagable quark encantado!-, los muones, los neutrinos, los piones y los úpsilon que, en aquel entonces, -¡y tan fugazmente como la vida de billones de espermatozoides!- llegó a saber qué significaban.
A día de hoy, el nada solemne de la clara -¡y parece que extensa!- declaración de su ambigua liberación, retirado ya de aquellos esfuerzos inadecuados a su naturaleza y a sus luces, ve el sujeto ese pedregoso camino energético como un descenso a la nada, la misma que debía circundar aquella bola incandescente, aquel óvulo hiperdenso que se desarrolló como por partenogénesis, si es que el Todo, sin la nada posible, lo era aquel punto preñado de tanto universo, el que ha dado a luz la materia y los abismos siderales que nos sobrecogen cuando contemplamos esa inacabable cabalgata fou de galaxias.

En cualquier caso, siempre le ha reconfortado al sujeto la solidez de las cosas, por más que, a pesar de la ciencia, siempre haya mantenido esa reserva literaria obligada de la cadena de soñadores borgiana (¡y excúlpesele -aunque mucho peca el fementido ya- por ese desliz absolutamente anacrónico!).



            

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