sábado, 25 de noviembre de 2006

30 de enero de 2...

Cualquier Diario, aunque sea de tan limitado alcance como este mío de mis desencajamientos, debería ofrecer a los posibles lectores que se asomen a él un retrato verdadero de quien lo escribe. No se me oculta que me es difícil hacer ese ejercicio de sinceridad, y que de mí, al margen de mis escritos, nada vale un ardite, ni siquiera los traumas infantiles o las anodinerías diversas de mi adolescencia obsexiva o mi madurez desencantada.
Ni yo mismo sé en qué sentido marcó mi vida que uno de mis primeros recuerdos fuera el suicidio de un familiar que se tiró por el balcón del quinto piso en que vivíamos, o que asistiera a la flagelación inmisericorde de mi hermano mayor a manos de un padre energumenizado, mientras nuestra madre imploraba piedad llorando a raudales y protegiéndonos, bajo sus brazos, al resto de la prole...
No soy dado a las confidencias. Muy probablemente acabe convirtiéndolas en materia literaria para poder dar salida, así, a los enormes abscesos de pus que, de tanto en tanto, conviene drenar para que la infección no se me lleve por delante.
Que mi progenitor intentara asesinar a mi madre despeñándola por el hueco de una escalera debería de haber sido, quizás, uno de esos momentos decisivos en la biografía de alguien; del mismo modo que la infame intención de volverla loca con llamadas de variado pelaje: amenazadoras; silentes; jadeantes; susurrantes; sibilantes; insultantes... Y poco, en realidad, podría yo escribir acerca de esos sucesos que ninguna cicatriz han dejado en mi memoria, salvo conservarse en ella como rastro inequívoco de la ignominia y la vileza.
Estoy convencido de que cualquier mamón de la edición, de leer estas líneas, me animaría a redactar ipso facto esa historia de degradación y dolor, porque la tragedia sigue vendiendo...
Dudo mucho de que fuera capaz de hacer progresar una historia tan roturada. La invención de cada cual es capricho de las Musas que lo habitan y le dictan, y no ha de cambiar de topos ni de argumentos porque los ignorantes y los agnósicos que se dedican a la edición no sepan encajar esos mundos particulares en el amplio mapa de lo publicable. Ser fiel a la propia inclinación siempre será una virtud. ¡Y allá los mamones y sus dividendos!
El trabajo meticuloso, concienzudo, estilizado, sincero, acabará teniendo su día de gloria, ése, finalmente, en el que cobrará pleno sentido la expresión ordenancista y funcionarial del visto bueno. Con la buena vista de la lucidez leerán, en su momento, los mejores lectores mis mejores obras. Entonces nos veremos las caras y sabrán más de mí de cuanto yo pudiera recordar de cuanto he vivido.

martes, 14 de noviembre de 2006

18 de enero de 2...

No hay estaciones, para la creación. Y menos aún para los desengaños. Sí las hay, por el contrario, para las lecturas y para ciertos avatares existenciales. De esa convicción he querido apartarme leyendo a Simenon a destiempo, y la conclusión ha sido satisfactoria: es autor que traspasa las estaciones. Los cómplices es una auténtica película de Chabrol, y de las mejores. Se aprende mucho en la frecuentación del autor modesto, y algunas de sus novelas, como las dedicadas a Monsieur Hire, son auténticas joyas que sólo aprecian quienes se han quitado de encima la presión canónica de los repartidores de credenciales de calidad.
De otro estilo y de muy diferente naturaleza ha sido la otra transgresión navideña que me he permitido: El caballo percherón, de Bardin, cuyo comienzo merece los honores estelares de cualquier buena antología de comienzos novelísticos. Como mi propias obras nada tienen que ver con ese registro policial, salvo una inocente tentativa de mi segunda juventud, Levente, que duerme el sueño de los justos despreciados, aprecio con absoluta libertad el buen quehacer y el mayor enseñar de obras falsamente acogidas a los subgéneros y cuya capacidad para hacer disfrutar al lector son un premio extraordinario para cualquiera de ellos, yo el primero. Pocos serán, los morenos lectores, que no hayan colocado en una hornacina de su memoria La piedra lunar, de Wilkie Collins, supongo, ¡y deseo!, que no todo han de ser, a pesar de ocupar todo un altar mayor, The Man Without Qualities, de Musil, a quien he leído en inglés porque siempre estará más cerca del alemán que nuestro castellano.
Con este muestrario de lecturas varias quiero reivindicar, más allá de la creación perpetua, la lectura constante, y la necesidad vital de la misma, en el mismo plano de igualdad que la escritura. Todos nos quejamos del escaso tiempo que tenemos para leer, pero si pensáramos en términos de espacio, en vez de tiempo, la cosa cambiaría. Un buen rincón, un sillón confortable, una luz suficiente, un silencio denso son una provocación difícil de resistir.
No diré lo mismo de la escritura, porque, a lo largo de mi miserable vida desencajada he tenido experiencia de escribir en los lugares más inverosímiles. El hecho de hacerlo con pluma y en libretas o folios doblados me ha permitido adelantar historias en lugares insospechados y a veces en compañías no aconsejables.
En mi adolescencia desnortada y cutre hasta llegué a instalar mi chiringuito artístico –de poeta adopté entonces no sólo la pose sino la profesión en el carnet de identidad...- en una discoteca de barrio, vestido yo con una chilaba árabe..., pero estas intimidades en modo alguno pertenecen a este diario, sino a las páginas autobiográficas que quizás jamás escribiré.
Lo propio de esta entrega es la reivindicación del canon individual y, sobre todo, el descubrimiento no aleccionado, ni programado, sino caprichoso, de las lecturas de nuestra vida. Con especial cariño mantengo aún vivo en los anaqueles de mi biografía dos pequeños libritos de la extinta Plaza, de Luis de Caralt: Satán en los suburbios y El mago de Lublin, de Bertrand Rusell y Bashevis Singer respectivamente: dos revelaciones para un atolondrado muchachuelo a quien habían deslumbrado las dadaístas Historias de Cronopios y Famas, éstas sí que, paradójicamente, recomendadas, ¡y no en vano!
Pero basta, que a los seres avinagrados por el desprecio de los devotos de Mamón, editores mamones que sólo saben chupar del beneficio como si fuera una ubre o un falo, o ambas cosas, no les están permitidas las evocaciones atemperadas. Quédense, como decía, para otra ocasión que acaso sea pintiparada.

lunes, 6 de noviembre de 2006

13 de enero de 2...

Me lo temía y, para mi impotencia, se va fraguando: hay narración sobre mí, conmigo incluso, y bajo mi nombre, pero mucho me temo que sin mí... ¿O no es así? A un heterónimo le resulta todo más difícil. Se trata de la ¿inmejorable? oportunidad de acreditarme, porque si lograra algún día publicar la novela en curso, La manzana de Poz, bien que se le iban a bajar los humos a quien yo me sé, ¡archiengreído y vanisoso –sin errata, faltaba más, ¡y a su salud!- autorzucho de quinta!
De momento llevo escritos cinco capítulos y creo que aún necesitaré otros cinco más, como mínimo, para esclarecer qué sea, en qué consiste y cómo se come esa manzana del título, si es que soy capaz de mantener el impulso inicial que me llevó a escribir los tres primeros capítulos como afiebrado.
Advierto ya de que no es obra menor, sino al detalle; de que no es individual, sino colectiva; de que no pretende la originalidad a toda costa, sino llegar a los orígenes... En fin, soy incapaz de juzgarme con la severidad con que me merezco y renuncio, lo confieso sin rubor, a señalar cuantos defectos me harían rechazarla y negarme a asociarla con mi nombre en aras de la severa y frustrante excelencia a la que siempre he aspirado...
Llevo sufridas tantas contrariedades, he encajado tantos desencajamientos, tantas negativas, tantos desprecios, que incluso aunque no esté a la altura de otras obras mías, lucharé por esta manzana. Estoy tan convencido de la legibilidad e interés de la misma que, cuando la acabe, o incluso antes, haré públicos algunos capítulos en este blog de mis desahogos para que, si así lo juzgan oportuno algunos de mis tan apreciados como escasísimos lectores, me disuadan de probar fortuna con tan escaso bagaje, o todo lo contrario.
Lo prometido es deuda y sabré cumplir el compromiso.