lunes, 9 de octubre de 2006

25 de diciembre de 2...

Goytisolo, Juan, siempre ha acometido, incapaz y pseudobarroca pluma en ristre, contra la mediocridad de la sociedad literaria española. Clama, maldito oficial él, contra los aires mefíticos y las prosas encenagadas que impiden que haya algo vivo en las letras españolas, antaño gloriosas, a fuerza de hambrientas y de vivir de espaldas a los reconocimientos del inexistente mercado.
Hoy, sin embargo, y más en estas fechas, el mercado dicta su ley y nos incita a cumplir con la elegancia social del regalo: nómina de propuestas en la que, en vano, puede ni debe buscarse obra suya. Goytisolo, Juan, recocido en su paupérrima ironía de bachiller esmerado, pone el grito en El País, que es ponerlo, acaso, en el cielo; pero se adivina, enseguida, que clama contra el olvido por cuyo tobogán lleva años deslizándose; incapaz, desde hace mucho, de levantar una ficción que se haga acreedora a tan alto nombre y que emparente con la famosa Reivindicación del rubio desdén fluido.
Peor suerte ha corrido su protegido larvario, aunque sigue ocupando su merecido puesto en el escalafón del malditismo marginal y perfectamente reconocido y asimilado por las capillas variopintas de la caótica república literaria. Con todo, ¡qué ternura despiertan aquellos retos a lo establecido!; ¡qué dulce se leen ahora aquellos desvaríos literales! No renegaré yo de ellos, puesto que en la anchísima banda de su estela caben estas lamentaciones desencajadas, aunque circulen mis verdugazos por los estrechos arcenes de aquélla. Minúscula es mi marginalidad frente a la de los malditos oficiales a quienes se les reconoce la palma del martirio crítico, pero quienes, en cambio, ¿o a cambio?, poseen un territorio perfectamente orinado en el que mucho se cuidan de que no haya intrusos que les muevan la silla de su desprestigio oficial.
Funciona esta jerarquización como ese Broadway al que se le van añadiendo offs siempre precarios, pues cualquier advenedizo trae, bien enganchado en el pelo de la dehesa, la fuerza del escupitajo que insulta a las vacas sagradas vendidas al negocio de su subsistencia, de su posición, de su rango, ¡y hasta de su pedestal!
Yo, como se sabe y he repetido ad nauseam, envidio a todo el mundo, incluso a quienes me mirarían como a un apestado y me leerían... ¿me leerían? Mejor no hacerse ficciones... Este Diario resentido y avinagrado, esta encíclica del esputo original, tiene sus lectores contados, aunque sé, desde lo profundo de mis depresiones bulímicas, que bien se merece legiones de ellos. Ya llegarán, suelo mentirme con aire dandyesco y errolflynesco, ¿o es otra de mis burdas redundancias? El por qué habrían de venir a leer estas líneas amargas, llenas de hiel y acíbar, requiere una reflexión volcánica para la que no tengo el cuerpo.
¡Y bien que se hartó Goytisolo de repetir que la verdadera literatura es la que se escribe y la que se lee con el cuerpo! Pues eso.

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