lunes, 25 de septiembre de 2006

15 de diciembre de 2...

Contra las emociones publicitarias que se acercan para asediarnos con sed de lágrimas efusivas no hay como apedernalizarse con el recuerdo de un acto transgresor. Querelle de Brest, por ejemplo. O El almuerzo desnudo. O La lozana andaluza.
¡Demasiada autocastración he soportado siempre! Las palabras acto han de liberarse de los rígidos corsés morales, ¡al menos ellas! Los actos sin palabras han de esclavizarse a su realidad intransitiva. Yo ando a medio camino entre ambos, un poco sin saber y otro sin querer saber.
Cuando uno, yo, sabe que su vida no es literatura, ¡qué tentación la de convertir la literatura en su vida! En eso estoy. Me dejo impregnar de las historias que, en el universo paralelo a este Diario Desencajado, van tomando forma. No sé si la distancia con que el narrador me trata me permitirá esa construcción mítica, porque imagino un yo todopoderoso por cuyas laderas me despeño en el empeño por coronarlo. No sé si el Juan Poz que da vueltas a su manzana, testigo depauperado de tantas vidas, extraordinarias a fuerza de comunes, en el dominio inexplorado, logrará coronar la cima de sus ambiciones. En eso está.
Hoy por hoy, sin embargo, todo se resuelve en amenaza de futuras novedades, en aguerridas campañas para asediar a los lectores con reclamos de vistosa pavisosería. Nos acechan las obras de días señalados. Lo último de... se nos cuela por la retina como un bífido sacacorchos que nos horada y saquea el monedero y la sensibilidad. Bustos estampados contra el fondo de la solemnidad ridícula nos interpelan con la pose de los prestigios de baratillo. Apellidos que sólo apelan a la rutina de los negocios editoriales, pelotazos de quienes han desertado del retador terreno de la imaginación y se han instalado en el lucrativo del oficio, todo se junta para hundir a los desencajados en su silencio de fantasmas febriles, ¡becquerianos!
Intemperie, es la palabra. Y destemplanza. Intempestivo se suma con desconfianza. Intemporal, con todo, es la epifanía de su desvergüenza, de mi hilarante descompostura.

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